9.5.11

Las cartas que no llegaron -4-: historieta sobre el Holocausto
















Un par de páginas de Maus II y un enlace con una noticia para pensar/comentar: "Publican un cómic en Alemania para combatir..." . Finalmente, una noticia del 2006 respecto de Maus.
(la foto es de Art Spiegelman)






























































































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Domingo, 27 de Agosto de 2006




SE REEDITA “MAUS”, LA OBRA MAESTRA DEL HISTORIETISTA ART SPIEGELMAN




La vida del comic después de Auschwitz




El primer tramo de este relato extraordinario apareció en Nueva York hace exactamente veinte años. Ahora vuelve y su encanto inquietante sigue intacto. Spiegelman –una de las figuras más originales e influyentes de la historieta contemporánea– trabajó a partir del testimonio de sus padres sobre el Holocausto.




Por Juan Sasturain




Acaban de reeditar en Buenos Aires Maus, obra maestra de la historieta universal escrita y dibujada por Art Spiegelman (Estocolmo, 1948), hijo de polacos sobrevivientes del Holocausto emigrados a Estados Unidos y una de las figuras más originales e influyentes del comic contemporáneo. Precisamente de la pavorosa odisea de sus padres –entre otras cosas– trata Maus: lo que Vladek Spiegelman le contó a su hijo, el dibujante Art, sobre sus experiencias de la persecución nazi, y lo que Art hizo con ese testimonio. El primer tramo de este relato extraordinario apareció en Nueva York hace exactamente veinte años; el segundo, en 1992. Emecé, con esta misma traducción de César Aira, la publicó en dos tomos en 1994 y volvió a reeeditarla a lo largo de los noventa. Ahora, vuelve. Hay una versión española en tomo único y tapa dura que salió hace un par de años. Tiene sus diferencias.
Art Spiegelman comenzó a dibujar Maus o –mejor dicho– a meterse con ese mundo a la vez público y privado en 1972, veinte años antes, cuando con ese título publicó tres páginas autobiográficas en una de las tantas revistas del prolífico comix underground norteamericano al que aportó talento y energías durante años de hippismo, droga y contestación. Dos elementos básicos de la versión definitiva ya estaban allí: el relato del padre al hijo y la representación de judíos y nazis, víctimas y verdugos, como ratones y gatos. En esta primera aproximación, el ratoncito es un niño al que su padre ratón le cuenta, en la cama, un cuento de espanto real que muy difícilmente lo deje dormir. Como ha señalado con precisión Federico Reggiani en un reciente artículo sobre Maus en la revista Comiqueando, el dibujo de Spiegelman está aquí dentro de la tradición disneyana de los humanizados animalitos simpáticos. Funny Animals, precisamente, era el título del paródico fanzine donde se publicó, y el ratoncito se llamaba Mickey...
De ese mismo 1972 son también las tenebrosas cuatro páginas expresionistas –otra mano, otro clima– con que el conmovido creador trató de procesar el suicidio de su madre, un hecho que había partido su vida y su cabeza en dos, cuatro años antes. Esa terrible crónica familiar, Prisoner on the hell planet, apareció en Short Other Comics y será el primer gesto exasperado, culposo y culpógeno, de un largo ajuste de cuentas con la figura paterna, ese sobreviviente arquetípico, y la memoria pavorosamente intacta del horror.
Es decir que Maus –sus temas, su forma última– fue el resultado de una larga elaboración pues, más allá de estos antecedentes, el relato no encontró su tono y registro gráfico definitivo hasta 1980. Con la aparición ese año del número inicial de la iconoclasta RAW –“The graphix magazine of abstract depressionism”–, revista dedicada a la difusión y la crítica del “comic de autor”, creada y dirigida por Spiegelman y su mujer, Françoise Mouly, Maus fue apareciendo por entregas sucesivas hasta completar 150 páginas reunidas en la edición de Pantheon Books de 1986 con el subtítulo Historia de un sobreviviente. Mi padre sangra historia.
Se dice o se sabe que esa primera publicación parcial se debió al apuro de Spigelman para que su Maus no se superpusiera con An american tail, (“tail” es “cola” pero fonéticamente suena igual que “tale”, “cuento”), el largometraje animado de Bluth, producido por Steven Spielberg ese mismo año, que cuenta la historia de un ratoncito judío inmigrante, Fievel (suena como “fable”, “fábula”) Mousekiewitz, perseguido por “katzacks”, que llega –en los primeros años del siglo– a los EE.UU. buscando familia y amparo... Una bella historia que más allá de trocar los nazis por cosacos, no dejaba de ser una alevosa copia.
Sea como fuere, este primer tomo de Maus alcanza la excelencia inusitada de una obra maestra, se la aplaude como tal y es “un triunfo de la historieta como medio” según definición de Reggiani en su excelente nota. En Maus se cuentan tres historias: primero, la de Vladek, los sucesos ocurridos entre mediados de la década del treinta y el invierno de 1944, cuando con su mujer van a parar a Auschwitz; segundo, la relación difícil y tumultuosa de Art con su padre; y finalmente se cuenta la producción misma de Maus, basada en las entrevistas de Art con Vladek a fines de los setenta. Ese contrapunto notable, sumado a la estrategia figurativa minimalista –un dibujo “pobre” con personajes casi indiferenciados, genéricos (Spiegelman retoma audazmente la perversa categorización nazi de los individuos en especies)–, permite que la historia fluya compleja en sus diversos niveles pero sin distracciones ni énfasis más allá de las desmesuras en juego, de las atrocidades que se narran.
Precisamente, los modos posibles de representación del horror y el riesgo de su manipulación –hacer “arte” y/o “ganar dinero” con esto–, es decir el “problema moral y estético que plantea al artista el Holocausto como un horror que supera las fronteras mismas de la humanidad”, según Reggiani, será uno de los temas centrales de la segunda parte, Maus. Aquí comenzaron mis problemas, aparecida en 1992, heredera privilegiada del éxito de la primera, y ganadora incluso de un Premio Pulitzer especial. Las primeras páginas del capítulo segundo, “Auschwitz (El tiempo vuela)”, son ejemplares al respecto: un Spiegelman humano con careta de ratón reflexiona sobre sus problemas morales/existenciales/familiares/metafísicos frente al tablero enclavado sobre las pilas de cadáveres de los campos... Es que toda esta segunda parte, incluso con el irónico/patético final con irrisorio happy end puesto en boca de un Vladek, que incluso confunde a su hijo con el hermano mayor de Art mientras crece hasta convertirse en un personaje absolutamente inolvidable, es aun “mejor”, si cabe, que la primera.
Spiegelman ha logrado en Maus describir lo indecible, como comentó alguno. Theodor Adorno habló de la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz, pero no dijo nada –no se lo hubiera permitido nunca– de la historieta.
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