Resulta interesante observar la evolución formal y estilística que se experimentó durante 1976 y 1983 entre los autores ya citados. Lo que sucede es que entre la franja del realismo y la franja de la vanguardia - aclara el dramaturgo Máximo Soto- se ha ido extendiendo para fortuna del teatro nacional, el amplísimo terreno de los géneros mixtos. Una buena mezcla de realismo y vanguardia, de poesía y prosa, de metafísica y denuncia. La contaminación de estilos se ha tornado en un hecho central de la dramaturgia argentina.
El teatro de Roberto Cossa ha evolucionado desde un estilo que en sus primeras obras algunos calificaban de naturalismo, otros de costumbrismo y otros de realismo crítico, hasta el realismo poético, el expresionismo de las situaciones límite y las imágenes deformadas y nuevas modalidades del grotesco y el sainete. Se produjo un redescubrimiento y una revalorización profunda de la dramaturgia de Armando Discépolo, a quienes todos los autores argentinos, casi sin excepción, hoy reconocen como maestro. Y por ende, de los dos géneros por él cultivados, el sainete y el grotesco, que han demostrado responder todavía a la realidad del país y que han sido redimensionados por los autores contemporáneos, que los han cargado de nuevos sentidos y los han “semantizado”.
Agudizando el ingenio
Como ya hemos señalado anteriormente, entre 1976 y 1983, desapareció por completo en la dramaturgia de Buenos Aires toda referencia a la realidad política, social y económica del país. En la Argentina del llamado “Proceso de Reorganización Nacional” hubo que metaforizar por fuerza, en atención, tanto a la censura exterior como a una previsora autocensura interna. La realidad tuvo necesariamente que enmascararse y los dramaturgos debieron agudizar su ingenio, su imaginación y su creatividad. Como lo expresó Luis Ordaz: “Después de 1976 abundan las claves y sutilezas más o menos transparentes y se usa un lenguaje críptico, oblicuo, indirecto respecto a la realidad.”
Las obras que se estrenaron en esos años han configurado grandes metáforas sobre la historia y la idiosincrasia argentina. El teatro metafórico nació de la necesidad de imponerse a la censura y de tocar al público con un mensaje velado de oposición a la dictadura. Entre las obras más ricas: Visita (1977) y Marathon (1980) de Ricardo Monti, La Nona (1977), Gris de ausencia (1981), No hay que llorar (1979) de Roberto Cossa, Telarañas (1977) y Cámara lenta (1981) de Eduardo Pavlosky, El acompañamiento (1981) de Carlos Gorostiza, Juegos a la hora de la siesta(1976) de Roma Mahieu, Convivencia (1979) y Camino negro (1983) de Oscar Viale.
El 12 de agosto de 1977 Roberto Cossa estrenó en el teatro Lasalle La Nona, sin imaginar siquiera la gran repercusión mundial, el éxito indiscutible que esta viejecita devoradora causaría entre el público lector y espectador. Dos años después el Grupo de Trabajo siguió su tarea y “con esa necesidad de que me aprieten” - aclara el autor- se estrenó el 11 de mayo de 1979 No hay que llorar en el Auditorio de Buenos Aires.
El personaje de La Nona es el de la abuelita de los cuentos infantiles que aquí se devora a la hija solterona, a los nietos, a la mujer de uno de ellos, a la biznieta y hasta a un marido de 80 años. Come, come sin cesar. Su hambre es un hambre metafísico, una necesidad ancestral, opina Osvaldo Quiroga. Pero comer aquí está relacionado con la destrucción, agrega el autor. Para la Nona no hay reglas, no existen los lazos afectivos. La Nona es también una metáfora del país que se come a sus hijos. Uno de ellos se suicida, otro se prostituye y otro parte al exilio. Por otra parte, hay quienes vieron en esta pieza, la herencia que las grandes masas inmigratorias que llegaron subalimentadas, dejaron en el país.
A mitad de camino entre la burla y la tragedia, el humor negro de La Nona volvió a surgir en No hay que llorar. A diferencia de la Nona, que se engulle a toda la parentela, en No hay que llorar son los parientes los que destruyen a una madre miserable que, mientras les pide plata para subsistir, atesora una considerable fortuna que podría solucionar los problemas de sus hijos. “Aparece el hombre llevado a sus necesidades primarias”, aclara Cossa. Sus temas coinciden - una vez más - con la dolorosa realidad argentina.
La Nona, puede leerse como microcosmos del país, como una analogía de nuestra decadencia, es un símbolo, es lo caduco, lo improductivo. Es el poder absoluto que priva sobre la inmovilidad de un pueblo sometido. La Nona es aquello que nos destruye por dentro. ¿Qué es la Nona? La muerte, la inflación, el imperialismo, “nadie dice la abuela”, declara Roberto Cossa y luego agrega: “yo al final, inventé que era la muerte”.
En cuanto a No hay que llorar, es otro enfoque sobre un personaje parecido al anterior, entroncando las dos obras se descubre una mirada triste ante la vida y los seres humanos; es la historia de una venganza: Anyula, Carmelo y el Chicho han vuelto de la tumba y toman revancha; o bien trata acerca de seres heridos hasta la médula por la frustración. Sin embargo, más que de seres frustrados - aclara el autor - “ trata de esa pobre gente que vive destrozada por lo que pudo haber sido si hubiese tenido una mejor situación económica, destrozada por una sociedad que la empuja al empobrecimiento. Entonces es cuando aparecen las pequeñas pasiones, las pequeñas necesidades”.
Mucho se ha dicho, escrito y discutido acerca de los significados que rondan alrededor de La Nona y No hay que llorar. Críticos, colegas, espectadores, intelectuales, investigadores y el mismo autor han dado su lectura al respecto.
Consideramos que efectivamente La Nona es aquello que nos aniquila, somete y oprime. También pensamos que No hay que llorar es una reacción contra ese poder devorador, un intento de liberación. Sin embargo resulta un esfuerzo inacabado, inconcluso, pues lo que tal vez muchos críticos han pasado por alto, es que la madre de No hay que llorar tampoco muere.
Bajo la magia del grotesco, del absurdo y del humor negro, entre cajones vacíos, una mesa para ocho personas, un aparador y una heladera; entre guirnaldas, botellas, platos y una torta con numerosas velitas, Cossa nos invita a comprender nuestra realidad y nuestra irrealidad, nuestra identidad y nuestra falta de identidad, típica de un país tanto o más fantasioso que la ficción misma.
Entrevista con Carlos Gorostiza, director de La Nona
19 de febrero de 2002. Carlos Gorostiza me cita en su casa a las 16 horas. Con mirada cálida y sonrisa amable me invita a pasar y pregunta: “¿En qué te puedo ayudar?” Enciendo el grabador y rápidamente viajamos al 76...
Me gustaría que me cuentes cómo fue trabajar durante la más terrible de las dictaduras militares.
Gorostiza: Teníamos amenazas de bombas. De todos modos el teatro era el menos afectado, porque era considerado para una minoría. La radio, la televisión, las revistas, el cine eran para la mayoría y estaban todos censurados. Después la gente dejó de ir, tenía miedo y tuvimos que suspender nuestro proyecto que duró dos años. Pero el teatro siempre va a tener su resquicio pequeño, no lo pueden prohibir directamente. Tendrían que cerrarlo, cosa que sería muy notoria.
¿De qué modo enfrentaron la censura?
Dábamos charlas y conferencias. Esto fue de alguna manera la cimiente del “Teatro abierto”. Conversábamos entre nosotros, revelándonos ante la cruda realidad de no poder hacer nada. Y así un día nació la idea del Teatro Abierto, del año 81. Y así se hace la vida.... o la vida nos hace a nosotros. La puesta en escena obviamente no la vi, pero cuando leí el texto, me dio la sensación de que había un abismo entre la Nona y el resto de los personajes.
¿Puede ser?
Cuando ensayábamos con Dumont, no lo encontrábamos, el personaje no aparecía, “no es por acá, tampoco por acá...” Hasta que un día dije: “¡Ya sé qué es lo que pasa!” En un ensayo Dumont le puso la mano en el muslo a Chicho y ahí lo vi: “si vos lo tocás a Chicho no sirve.” La Nona no puede tocar a nadie, es un animal, una rata, es alegórico el personaje. No puede tener contacto físico con nadie, está inmerso en su problemática con la comida y mata a todo el mundo a través del fervor por la comida.
Sometimiento, esclavitud, liberación, son palabras que giran alrededor de esta obra...
No es un sometimiento consciente. A la Nona la soportan. En el fondo no se dan cuenta. Tal es así que va matando a uno por uno y el último se pega un tiro.
¿Pero querían que el espectador reaccione?
Eso surge tácitamente. La Nona de entrada tiene un poder sobre todos. A algunos los asustaba, otros querían cuidarla. Chicho la quería prostituir. Considerando el contexto político que se estaba viviendo, ¿podríamos decir que la Nona era aquello que estaba destruyendo a los argentinos? La Nona es aquello que nos devora acá, en España, en Italia o en cualquier lugar. Con esto quiero decir que la Nona es universal.
Conversando con Luis Brandoni, “Chicho” en La Nona
Jueves 28 de febrero, 2002. Luis Brandoni, me cita en su casa a las 11:00 a.m. Me invita con un café, las paredes están decoradas con fotografías de teatro, busco alguna de “Chicho” y luego de presentarme brevemente, viajamos al Lasalle, allá por 1977...
El eje de la obra yo creo que apunta a la ceguera y la complicidad para callar ciertas cosas, pensado claro, desde el contexto social que se estaba viviendo. Los silencios que aparecen en la obra, ¿están relacionados con esto que te digo?
Brandoni: Es evidente. Los silencios expresaban el desconcierto por un lado, la impotencia frente a este especie de fenómeno de la naturaleza. Y a esos impulsos “non-santos” que todos tenían y nadie se atrevía a manifestar. Aparecían intentos de solución infructuosos. Iban avanzando mucho más lentamente de lo que indicaba el sentido común, incluso sus propias improntas. Son esas cosas que uno no se atreve a decir, que van madurando y no se terminan de expresar. Este cancer, este fenómeno que avanzaba de modo implacable termina por devorarse a toda la familia. No se resuelve el problema. El autor lo deja ahí. El único que queda es Chicho, el inservible, incapaz de resolver el problema.
La última escena es terrible. ¿Cómo reaccionó el público?
El público escuchaba las segundas respuestas del diálogo entre Chicho y La Nona y se reía. Después se produjo un silencio mortal, es el balance de la obra, ¿no? Se parece bastante a la situación que estamos viviendo ahora. Nadie se hace cargo. No sé cómo se resuelve esto. O no se resuelve...
Es una obra dominante, la podemos leer en cualquier época, de eso no hay dudas. Pero en cuanto al significado de La Nona, se dijeron tantas cosas...¿Para vos qué es La Nona?
La pieza tiene un misterio y esto fue lo que la hizo atractiva. En realidad siempre hubo un gran debate entre los críticos y los analistas, qué era La Nona, qué simbolizaba, nunca nadie lo tuvo claro y lo bien que estaba, no había nada que aclarar. Lo que sí recuerdo era el impacto que producía en el público. El público no se preguntaba qué quería decir La Nona, la entendían, entendían ese personaje voraz, insaciable, que terminaba con la familia, con la economía familiar, con la moral de esta gente, con todo. Es una obra extraordinariamente argentina y fuimos creándolo así.
En la escena que quiero mandar a La Nona a yirar, se entendía, se verbalizaba una oscura fantasía que estaba en alguno de nosotros. Por supuesto nadie atinaba a hacer otra cosa. Yo creo que también es una metáfora sobre el país, las cosas son como son, se trata de parchar las cosas, no de resolverlas. Acabo de leer el periódico, cómo fue la negociación con los gobernadores, las cosas no se tratan de solucionar, se trata de seguir adelante sin resolver los problemas de fondo.
A la gente le gusta asociar, buscar relaciones y mostrar su ingenio. Se dijo que es la dictadura, la inflación... pero lo cierto es que la dictadura ya pasó, la inflación también y sin embargo La Nona sigue estando vigente.
Me hiciste recordar mi entrevista con Gorostiza... Estas obras ¿querían hacer reaccionar al público?
¿Por qué no se resolvió el problema de La Nona? La Nona es inmortal, es un sentimiento, se va reproduciendo eternamente. Lo raro de La Nona es que es misteriosa, pero es inverosímil. ¿Por qué la hicieron en otros países que no tenían los mismos problemas de orden político que nosotros? Porque es una cosa que habla de la condición humana, cómo a menudo no nos atrevemos a cortar por lo sano. Es un sentimiento universal. Yo no me rompería la cabeza buscándole significado a La Nona.
Apagué el grabador, le agradecí muchísimo el viaje en el tiempo y me fui por donde vine. Pensando en La Nona, Carmelo, Anyula, Marta, María, Don Francisco y el Chicho.
Recepción de las obras
La Nona
La metafórica y evidente crítica al contexto social de su época -aclara Pellettieri- no se puso en plena evidencia en las críticas periodísticas a las que dio lugar. Luego agrega que si bien los intertextos que funcionan en la pieza - el sainete, el expresionismo y en menor medida el absurdo - unidos a los que venían del realismo, fueron percibidos, no se dejó constancia de la clara tesis que cuestionaba a la clase media y a la sociedad.
En un artículo de La Nación, titulado “La cruel voracidad de una anciana”(1977), las reflexiones tal vez más osadas se resumieron en un breve párrafo:
...”la familia íntegra sucumbirá ante esta herencia, ante este legado del pasado que se les impone, del que no se pueden desprender ni son lo suficientemente lúcidos como para dominar o modificar. La Nona es en definitiva, un símbolo. Es lo caduco, lo improductivo. Es el pasado que frena el presente y destruye el futuro.”
Podríamos leer un intento de mensaje subliminal, una denuncia a la pasividad de la clase media, cuando dice “no son lo suficientemente lúcidos como para modificar” esa herencia. Por otro lado también se arriesga a decir que es un símbolo y que destruye el futuro. Son desafíos que se le plantean al lector.
Agrega que La Nona posee los suficientes méritos y valores como para inscribirse entre lo mejor de nuestra producción escénica actual. Halaga la puesta en escena, las actuaciones del equipo y la “expresiva escenografía” de Leandro Hipólito Ragucci.
Como hemos dicho, en ningún momento hace sólidas y concretas referencias a los feroces significados de La Nona.
El público necesitaba reflexionar acerca de su realidad y por ese motivo estas puestas tenían un notorio éxito - dice Pellettieri - entre los componentes del campo intelectual. La crítica no podía estar ajena a ello, agrega, y es por eso que se puede decir que se trataba de una recepción cómplice que no ponía en evidencia los cuestionamientos que se planteaban en escena y que se manejaba, de manera tan metafórica como los textos mismos.
De todos modos, más allá de las críticas, el éxito de La Nona fue inmenso y duró un año y medio en cartel. “Tendría que escribir una Nona cada año” confesó el autor en cierta oportunidad.
No hay que llorar
Al igual que la obra anterior, en esta oportunidad, también la crítica ha preferido mantenerse al margen de cualquier lectura de tipo reflexiva. “Hubo quienes vieron simbolismos, cosa que por lo general es muy subjetiva”, escribió Jaime Potenze en La Prensa el 17 de mayo de 1979. Luego agregó: “ evidentemente a Cossa le interesa la vejez”. Esta conclusión parecería oscilar entre la ingenuidad y la ironía.
Todos sus comentarios evaden la posibilidad de lecturas oblicuas: “no hay pruebas de que Cossa haya querido dar a su pieza una perspectiva universal”, “ como no se quiere probar nada, sino reflejar un estado de ánimo”, “quien sostuviera que el drama va más allá de un ejercicio de estilo tendría que aportar pruebas.” La abusiva reiteración hace pensar en un mecanismo de autodefensa, ¿por qué lo repite tanto? ¿quién lo obliga a descubrir alguna clave sociológica?
Por otro lado, abundan los comentarios negativos: “ la temática está trillada”, “Aure prefiere hacer mucho ruido para disimular que poco queda por decir en el escenario”, “la escenografía de Ragucci es funcional y no debe haberle dado mucho trabajo”. Está claro que a Jaime Potenze no le gustó la obra.
Gerardo Fernández en La Opinión, el 19 de mayo de 1979, tiene una visión parecida a la de Potenze, pues afirma: “ Ninguna reflexión trascendente surge de esa historia y todo queda confinado a un ámbito privado y en definitiva carente de toda trascendencia.”
Por otro lado, Yirair Mossian, en el diario Convicción, el 20 de mayo de 1979, le dedica algunos comentarios más interesantes que los anteriores:
“De algún modo es la continua preparación de un estallido inmenso que no se consuma en escena y que se esfuma en estampidos menores (...) Pero aún siendo inacabada y despareja, alcanza la dimensión de un testimonio dramático indispensable para nuestro tiempo.”
Acaso sea esto “inacabado y desparejo” el mensaje mismo de la obra: un impulso de liberación tan bajo e inútil como los sentimientos mismos de los personajes.
De todos modos la obra no anduvo bien, “se mantuvo en cartel alrededor de dos meses, el Grupo se disolvió y yo volví a mis cíclicos padecimientos económicos, pero con muchas ganas de escribir”, cuenta el autor en la misma oportunidad anteriormente citada.
Conclusión
Cossa denuncia no el empobrecimiento económico, sino el humano. Cuando las circunstancias acorralan al individuo y éste es víctima y culpable de su propia historia.
Estas dos piezas maestras, han sido escritas en la más aterradora y sanguinaria de las dictaduras. El mensaje muestra en su plenitud los signos de la época. Sin embargo, hoy, a ya 25 años de distancia, La Nona sigue viva entre nosotros. ¿Qué es lo que nos destruye y devora por dentro?
Escrita con perfecto lenguaje porteño, al son de un acordeón y de un par de compases milongueros, ¿un compromiso para Argentina? No, para el mundo entero.
Por Clara Mengolini, en:
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ENTREVISTA A ROBERTO COSSA
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