7.6.08

Modernismo: Rubén Darío, prólogo a Prosas profanas + dos cuentos

Detecten las características del Modernismo como aparecen en todos los textos; en el 1), el prólogo a Prosas profanas, piensen por ejemplo por qué Darío, a diferencia de tantos referentes de diversos grupos, no ve conveniente elaborar un manifiesto. (algunas grafías como "á" y "ó" eran corrientes en la época, actualmente serían errores)

1)

Palabras Liminares
. . . .Después de AZUL... después de Los Raros, voces insinuantes, buena y mala intención, entusiasmo sonoro y envidia subterránea, - todo bella consecha - solicitaron lo que, en conciencia, no he creído fructuoso ni oportuno: un manifiesto.
. . . .Ni fructuoso ni oportuno:
. . . . a) Por la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro continente, en la cual impera el universal personaje clasificado por Remy de Gourmont con el nombre de Celui-qui-ne-comprend-pas. Celui-qui-ne-comprend-pas es entre nosotros profesor, académico correspondiente de la Real Academia Española, periodista, abogado, poeta, rastaquouer;
. . . .b) Porque la obra colectiva de los nuevos de América es aún vana, estando muchos de los mejores talentos en el limbo de un completo desconocimiento del mismo Arte á que se consagran;
. . . . c) Porque proclamando como proclamo, una estética acrática, la imposición de un modelo ó de un código, implicaría una contradicción.
. . . .Yo no tengo literatura "mía" - como lo ha manifestado una magistral autoridad, - para marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; - quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje ó esclavo, no podrá ocultar sello ó librea. Wagner á Augusta Holmés, su discípula, dijo un día: "lo primero, no imitar á nadie, y sobre todo, á mí". Gran decir.
***
. . . .Yo he dicho, en la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis profanas prosas - Tiempo y menos fatigas de alma y corazón me han hecho falta, para, como un buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada página del breviario. ( Á través de los fuegos divinos de las vidrieras historiadas, me río del viento que sopla afuera, del mal que pasa. ) Tocad, campanas de oro, campanas de plata, tocad todos los días llamándome á la fiesta en que brillan los ojos de fuego, y las rosas de las bocas sangran delicias únicas. Mi órgano es un viejo clavicordio pompadour, al són del cual danzaron sus gavotas alegres abuelos; y el perfume de tu pecho es mi perfune, eterno incensario de carne, Varona inmortal, flor de mi costilla.
. . . .Hombre soy.
***
. . . .¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, ó de indio chorotega ó nograndano? Pudiera ser, á despecho de mis manos de marqués: mas he aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos ó imposibles: qué queréis! yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer; y á un presidente de República no podré saludarle en el idioma en que te cantaría a tí, oh Halagabal! de cuya corte - oro, seda, mármol - me acuerdo en sueños...
. . . .(Si hay poesía en nuestra América ella está en las cosas viejas, en Palenke y Utatlán, en el indio legendario, y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman.)
. . . .Buenos Aires: Cosmópolis.
. . . .Y mañana!
***
. . . .El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: "Este, me dice, es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; este es Lope de Vega, este Garcilaso este Quintana." Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: Shakespeare! Dante! Hugo!... ( Y en mi interior: Verlaine...!)
. . . .Luego, al despedirme: - "Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París."
***
. . . .Y la cuestión métrica? Y el ritmo?
. . . .Como cada palabra tiene una alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces.
***
. . . .La gritería de trescientas ocas no te empedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior. ¡Oh pueblo de las desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas!
. . . .Cae á tus pies una rosa, otra rosa, otra rosa, Y besos!
***
. . . .Y, la primera ley, creador: crear. Bufe el eunuco; cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho en cinta.
R. D. . . . . . .

2)

PROSA: (en Azul, 1888)

(Diana, de Antoine Watteau, 1684-1721)

El rey burgués- Cuento alegre

Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre... así como para distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí:

Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso, que tenía trajes caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamantísimas, galgos rápidos, y monteros con cuernos de bronce que llenaban el viento con sus fanfarrias. ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era el Rey Burgués.

Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de esgrima.

Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de retórica, canciones alusivas; los criados llenaban las copas del vino de oro que hierve, y las mujeres batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la ciudad bullente, iba de caza atronando el bosque con sus tropeles; y hacía salir de sus nidos a las aves asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido de las cavernas. Los perros de patas elásticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían ondear los mantos purpúreos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento.

El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos. Llegaba a él por entre grupos de lilas y extensos estanques, siendo saludado por los cisnes de cuellos blancos, antes que por los lacayos estirados. Buen gusto. Subía por una escalera llena de columnas de alabastro y de esmaragdina, que tenía a los lados leones de mármol como los de los tronos salomónicos. Refinamiento. A más de los cisnes, tenía una vasta pajarera, como amante de la armonía, del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas hermosillescas. Eso sí: defensor acérrimo de la corrección académica en letras, y del modo lamido en artes; ¡alma sublime amante de la lija y de la ortografía!

¡Japonerías!¡Chinerías! Por moda y nada más. Bien podía darse el placer de un salón digno del gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras de bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas, en grupos fantásticos y maravillosos; lacas de Kioto con incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa, y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores; máscaras de gestos infernales y con ojos como si fuesen vivos; partesanas de hojas antiquísimas y empuñaduras con dragones devorando flores de loto; y en conchas de huevo, túnicas de seda amarilla, como tejidas con hilos de araña, sembradas de garzas rojas y de verdes matas de arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de aquellas en que hay guerreros tártaros con una piel que les cubre hasta los riñones, y que llevan arcos estirados y manojos de flechas.

Por lo demás, había el salón griego, lleno de mármoles: diosas, musas, ninfas y sátiros; el salón de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin; dos, tres, cuatro, ¿cuántos salones?

Y Mecenas se paseaba por todos, con la cara inundada de cierta majestad, el vientre feliz y la corona en la cabeza, como un rey de naipe.

Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.

-¿Qué es eso? -preguntó.

-Señor, es un poeta.

El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, censotes en la pajarera: un poeta era algo nuevo y extraño.

-Dejadle aquí.

Y el poeta:

-Señor, no he comido.

Y el rey:

-Habla y comerás.

Comenzó:

-Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán; he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles, contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión, o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de púrpura. He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal.

He acariciado a la gran naturaleza, y he buscado al calor del ideal, el verso que está en el astro en el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor.

¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil.

¡Oh, la Poesía!

¡Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de la mujeres, y se fabrican jarabes poéticos. Además, señor, el zapatero critica mis endecasílabos, y el señor profesor de farmacia pone puntos y comas a mi inspiración. Señor, ¡y vos lo autorizáis todo esto!... El ideal, el ideal...

El rey interrumpió:

-Ya habéis oído. ¿Qué hacer?

Y un filósofo al uso:

-Si lo permitís, señor, puede ganarse la comida con una caja de música; podemos colocarle en el jardín, cerca de los cisnes, para cuando os paseéis.

-Sí, -dijo el rey,- y dirigiéndose al poeta:

-Daréis vueltas a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales. Id.

Y desde aquel día pudo verse a la orilla del estanque de los cisnes, al poeta hambriento que daba vueltas al manubrio: tiririrín, tiririrín... ¡avergonzado a las miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por las cercanías? ¡Tiririrín, tiririrín...! ¿Había que llenar el estómago? ¡Tiririrín! Todo entre las burlas de los pájaros libres, que llegaban a beber rocío en las lilas floridas; entre el zumbido de las abejas, que le picaban el rostro y le llenaban los ojos de lágrimas, ¡tiririrín...! ¡lágrimas amargas que rodaban por sus mejillas y que caían a la tierra negra!

Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio, tiririrín.

Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él, el rey y sus vasallos; a los pájaros se les abrigó, y a él se le dejó al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el rostro, ¡tiririrín!

Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, sobre el oro y sobre las túnicas de los mandarines de las viejas porcelanas. Y se aplaudían hasta la locura los brindis del señor profesor de retórica, cuajados de dáctilos, de anapestos y de pirriquios, mientras en las copas cristalinas hervía el champaña con su burbujeo luminoso y fugaz. ¡Noche de invierno, noche de fiesta! Y el infeliz cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse ¡tiririrín, tiririrín! tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin hojas la música loca de las galopas y cuadrillas; y se quedó muerto, tiririrín... pensando en que nacería el sol del día venidero, y con él el ideal, tiririrín..., y en que el arte no vestiría pantalones sino manto de llamas, o de oro... Hasta que al día siguiente, lo hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con la mano en el manubrio.

¡Oh, mi amigo! el cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías...


Pero ¡cuánto calienta el alma una frase, un apretón de manos a tiempo! ¡Hasta la vista!


(la foto muestra una pagoda en Myanmar)

Un análisis posible:

Un análisis correcto en general y con aportes personales de un alumno sobre "El rey burgués", comentarios míos entre paréntesis


El rey burgués” es un cuento perteneciente al libro de Rubén Darío titulado Azul, con el que se considera que nació un nuevo estilo literario: el Modernismo. En esta narración está presente uno de los elementos más característicos del movimiento, el exotismo, que comentaremos en una primera instancia. Sin embargo, esta obra se caracteriza principalmente por defender al recién nacido modernismo de las duras críticas de aquellos que no lo consideran arte. Analizaremos pues cómo se logra esta defensa en el cuento y por último veremos qué nos dice Rubén Darío acerca de las consecuencias de menospreciar esta renovadora forma de arte. (introducción precisa en la que se establecen tres ejes de análisis: exotismo, defensa del modernismo y cómo se logra, consecuencias de rechazar al Arte, que es modernista; estas ideas se desarrollan luego ordenadamente: aparecen en color )
“El rey burgués” es un cuento que se sitúa en un ambiente exótico de principio a fin. Rubén Darío marcó radicalmente la evolución de la literatura de la época, que entonces era realista por excelencia, introduciendo este mundo de fantasía exótica en sus cuentos. El personaje del rey, a pesar de que existieran reyes en esa época y a pesar de que se lo relaciona con lo real al llamarlo “Mecenas”, es un personaje exótico. No se trata del clásico rey de finales del siglo XVIII, se trata de un rey un tanto excéntrico, coleccionista aficionado a cualquier tipo de objeto o incluso persona: es un rey burgués, ya volveremos a este tema más adelante. El escenario en el que se sitúa la acción es aun más exótico e incluye cisnes de cuello blanco (que además es también un símbolo modernista), leones de mármol o mariposas de raros abanicos, por ejemplo. Este escenario es sin embargo sólo un ambiente modernista en el que se desarrolla un cuento que intenta defender el estilo al que pertenece (esa expresión no es correcta, que el cuento intente etc., ¿otra?) . Veremos a continuación cómo.
La intención del narrador de convencer al lector es clara ya que utiliza un narrador en primera persona y se acerca al lector tratándolo de amigo tanto al inicio del cuento como en el cierre del mismo. Presentando al personaje del rey burgués, Rubén Darío, pone en escena al clásico enemigo del modernismo. Esta denominación es en sí un oxímoron, ya que el rey es a la vez un noble por ser rey y un burgués-. De esta contradicción en el personaje nace lo negativo del rey burgués, que logra combinar la opulencia de un rey con el mal gusto para con el arte de un burgués. Vemos pues que entre los objetos (y personas, otro elemento ridículo del personaje) que componen su colección artística, se encuentran boticarios, barberos y maestros de esgrimas. El narrador nombra esto irónicamente, mostrando que el rey burgués no sabe qué es el arte. Esta idea continúa cuando escribe que “ensanchaba su espíritu” leyendo novelas de Ohnet, el cual defendía el realismo y el respeto de las reglas: se quiere aquí asocial la mala concepción del arte con la veneración ortodoxa de las antiguas formas de arte opuestas al Modernismo. Se explica a su vez que el rey respeta fervientemente la ortografía y se opone al mal uso de las palabras o de la puntuación. El narrador sigue más adelante insistiendo en la falta de gusto del rey para diferenciar el arte. Este trata al poeta de cosa; a su vez el poeta considera que el arte está prostituido sea por trivialidades , sea por utilitarismo. El rey no aprueba lo que el poeta glorifica como arte (nuevo arte) y eso se pone en evidencia en los diálogos entre el rey y el poeta, donde el primero utiliza un estilo seco y lacónico en contraste con el lenguaje rico y extenso del oeta, amante del buen arte. Finalmente, el desprecio del rey hacia la creación artística libre se plasma en la tarea que le asigna al poeta: hacer funcionar repetitivamente una caja de música, sin creación alguna posible.
A partir de la actitud que toma este rey burgués, arquetipo del antimodernista, Rubén Darío nos muestra las consecuencias negativas que el arte sufre. En primer lugar, el personaje del poeta (que representa al “buen arte”, al creador por excelencia) recibe un trato muy desfavorable y desigual, en contraste con la opulencia del rey burgués(“festín, oro, porcelana”). El poeta acepta este encadenamiento de su creatividad y sus consecuencias porque es todo lo que se le ofrece para ganarse la vida. Es por eso que el narrador crea un ambiente brumoso y gris utilizando imágenes visuales que se asocian a un estado de melancolía que añora la libre creación de un arte libre. Finalmente, este ambiente contrasta con la promesa de un cuente alegre que abre la narración, lo cual se puede considerar como una ironía.
En conclusión, “El rey burgués” es un cuento que, a través de la caracterización de los personajes, defiende la concepción modernista del arte, muy innovadora para la época. El estilo en que se escribió es puramente modernista y busca mostrarle al lector el daño que el rechazo de este movimiento le puede producir al arte, a la creación artística libre.
(Esto es interesante porque algunos consideran a Azul el manifiesto modernista que Darío nunca quiso escribir)



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El fardo



Allá lejos, en la línea, como trazada por un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardias pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas, dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado, que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en un continuo cabeceo.
Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se estropeara un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando, había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra y, con la pipa en la boca, veía triste el mar.
-¡Eh, tío Lucas! ¿Se descansa?
-Sí, pues, patroncito.
Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entablar con los bravos hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente de la viña.
Yo veía con cariño a aquel viejo, y le oía con interés sus relaciones, así todas cortadas, todas como de hombre basto, pero de pecho ingenuo. ¡Ah, conque fue militar! ¡Conque de mozo fue soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencia para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casado, y tuvo un hijo y...
Y aquí el tío Lucas:
-¡Sí, patrón, hace dos años que se me murió!
Aquellos ojos chicos y relumbrantes bajo las cejas grises y peludas, se humedecieron entonces.
¿Que cómo se murió? En el oficio, por darnos de comer a todos: a mi mujer, a los chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo.
Y todo me lo refirió al comenzar aquella noche, mientras las olas se cubrían de brumas y la ciudad encendía sus luces; él, en la piedra que le servía de asiento, después de apagar su negra pipa y de colocársela en la oreja, y de estirar y cruzar sus piernas flacas y musculosas, cubiertas por los sucios pantalones arremangados hasta el tobillo.
El muchacho era muy honrado y muy de trabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desde grandecito; pero ¡los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el cuartucho"

El tío Lucas era casado, tenía muchos hijos.
Su mujer llevaba la maldición del vientre de los pobres: la fecundidad. Había, pues, mucha boca abierta que pedía pan, mucho chico sucio que se revolcaba en la basura, mucho cuerpo magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar qué comer, a buscar harapos, y para eso, quedar sin alientos y trabajar como un buey.
Cuando el hijo creció, ayudó al padre. Un vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria; pero como entonces era tan débil, casi un armazón de huesos, y en el fuelle tenía que echar el bofe, se puso enfermo y volvió al conventillo. ¡Ah, estuvo muy enfermo! Pero no murió. ¡No murió! Y eso que vivía en uno de esos hacinamientos humanos, entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en la callejuela inmunda de las mujeres perdidas, hedionda a todas horas, alumbrada de noche por escasos faroles, y en donde resuenan en perpetua llamada a las zambras de echacorvería, las arpas y los acordeones, y en ruido de los marineros que llegan al burdel, desesperados con la castidad de las largas travesías, a emborracharse como cubas y a gritar y patalear como condenados. ¡Sí! entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas tunantescas; el chico vivió, y pronto estuvo sano y en pie.
Luego llegaron sus quince años.
El tío Lucas había logrado, tras mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador.
Al venir el alba, iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El uno remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina, cantando en baja voz algún "triste", y enhiesto el remo triunfante que chorreaba espuma.
Si había buena venta, otra salida por la tarde.
Una de invierno había temporal. Padre e hijo, en la pequeña embarcación, sufrían en el mar la locura de la ola y del viento. Difícil era llegar a tierra. Pesca y todo se fue al agua, y se pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa. Cerca de ella estaban; pero una racha maldita los empujó contra una roca, y la canoa se hizo astillas. Ellos salieron sólo magullados, ¡gracias a Dios! como decía el tío Lucas al narrarlo. Después, ya son ambos lancheros.
¡Sí! lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de la cadena que rechina pendiente como una sierpe de hierro del macizo pescante que semeja una horca; remando de pie y a compás; yendo con la lancha del muelle al vapor y del vapor al muelle; gritando: ¡hiiooeep! cuando se empujan los pesados bultos para engancharlos en la uña potente que los levanta balanceándolos como un péndulo. ¡Sí! lancheros; el viejo y el muchacho, el padre y el hijo; ambos a horcajadas sobre un cajón, ambos forcejeando, ambos ganando su jornal, para ellos y para sus queridas sanguijuelas del conventillo.
ĺbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados que se quitaban al comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha.
Empezaba el trajín, el cargar y el descargar. El padre era cuidadoso: -¡Muchacho, que te rompes la cabeza! ¡Que te coge la mano el chicote! ¡Que te vas a perder una canilla!-. Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con su modo, con sus bruscas palabras de obrero viejo y de padre encariñado.
Hasta que un día el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo le hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos.
¡Oh! Y había que comprar medicinas y alimentos; eso, sí.
-Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy es sábado.
Y se fue el hijo, solo, casi corriendo, sin desayunarse, a la faena diaria.
Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre sus rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo; el son del hierro, traqueteos por doquiera, y el viento pasando por el bosque de árboles y jarcias de los navíos en grupo.
Debajo de uno de los pescantes del muelle estaba el hijo del tío Lucas con otros lancheros, descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempo en tiempo bajaba la larga cadena que remata en un garfio, sonando como una matraca al correr con la roldana; los mozos amarraban los bultos con una cuerda doblada en dos, los enganchaban en el garfio, y entonces éstos subían a la manera de un pez en un anzuelo, o del plomo de una sonda, ya quietos, ya agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.
La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la embarcación colmada de fardos. Éstos formaban una a modo de pirámide en el centro. Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho, gordo y oloroso a brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre de pie sobre él, era pequeña figura para el grueso zócalo.
Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y triángulos negros, había letras que miraban como ojos. -Letras en "diamante"- decía el tío Lucas. Sus cintas de hierro estaban apretadas con clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, linones y percales.
Sólo él faltaba.
-¡Se va el bruto! -dijo uno de los lancheros.
-¡El barrigón! -agregó el otro.
Y el hijo de Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar y desayunarse, anudándose un pañuelo a cuadros al pescuezo.
Bajó la cadena danzando en el aire. Se amarró un gran lazo al fardo, se probó si estaba bien seguro, y se gritó: -¡Iza!- mientras la cadena tiraba de la masa chirriando y levantándola en vilo.
Los lancheros, de pie, miraban subir el enorme peso, y se preparaban para ir a tierra, cuando se vio una cosa horrible. El fardo, el grueso fardo, se zafó del lazo, como de un collar holgado saca el perro la cabeza; y cayó sobre el hijo del tío Lucas, que entre el filo de la lancha y el gran bulto quedó con los riñones rotos, el espinazo desencajado y echando sangre negra por la boca.
Aquel día no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado, al que se abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando llevaban el cadáver al cementerio.
Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino de la casa, y haciendo filosofía con toda la cachaza de un poeta, en tanto que una brisa glacial, que venía de mar afuera, pellizcaba tenazmente las narices y las orejas.


Un posible análisis:

(introducción) Este texto pertenece al libro Azul (1888), que se considera el inicio del Modernismo y que se encuadra dentro del período preciosista-esteticista de la producción de Rubén Darío. (ahora dice qué va a analizar, sintéticamente)Algunos aspectos que pueden analizarse en este cuento son: el trabajo del paisaje, las relaciones de los personajes con él y la presencia del emisor.
Digamos en primer lugar (y ahora habla del primer tema que presentó: el paisaje) que aparecen dos paisajes claramente descriptos: el natural y el urbano. En cuanto al primero, se trata de un paisaje costero, trabajado con abudantes imágenes visuales ("polvos de oro", "torbellinos de chispas", el cabeceo de las lanchas) , comparaciones ("como un gran disco de hierro candente), imágenes auditivas (el agua que murmura, el viento que sopla), una sinestesia ("húmedo viento salado"); este trabajo del paisaje se relaciona con la intención modernista de unir en la literatura a las artes plásticas y a la música, intención vinculada a las influencias parnasianas y simbolistas respectivamente. El segundo paisaje que aparece descripto es uno urbano, uno de "esos hacinamientos humanos", descripción en la que abundan expresiones del campo semántico de lo degradado: "callejuela inmunda", "paredes destartaladas, viejas, feas", "mujeres perdidas", "hedionda"). Notamos claramente el contraste entre ambos paisajes, contraste que puede remitir a un tópico literario como es la oposición naturaleza/civilización.
(ahora presenta el segundo tema del que había hablado en la introducción) Acerca de las relaciones entre personajes y paisaje, digamos antes que los principales son el tío Lucas y su hijo, ya fallecido en el momento del relato. El tío Lucas aparece "sentado en una piedra", "con la pipa en la boca" y en una actitud triste, melancólica, mirando el mar. Digamos de paso que la asociación entre la melancolía y el mar aparece en otro texto de Darío ("Sinfonía en gris mayor"), A pedido del narrador, el tío Lucas cuenta la historia de su hijo, un muchacho pobre que había muerto en un accidente. El puerto puede considerarse una zona de encuentro entre la naturaleza (el mar, la costa) y la civilización (los barcos que transportan mercancías, los fardos), zona en la que se mueven los personajes. El tío Lucas y su hijo aparecen asociados por un lado al paisaje urbano: viven en un conventillo y padecen la pobreza, y por otro, al paisaje natural: su ámbito de trabajo es el mar (son lancheros). El fardo que da título al cuento, aparece en este ámbito de encuentro entre la naturaleza y la civilización, y está mencionado con una expresión despectiva: es un "monstruo" y tiene en sus "entrañas" los "prosaísmos" de la importación. Aquí apreciamos la crítica modernista al culto burgués del consumo. En este paisaje y una vez presentado el fardo, tiene lugar la tragedia: el fardo cae sobre el hijo del tío Lucas y lo mata. La responsabilidad de esta muerte se le achaca a este símbolo burgués, que es el fardo de mercancías importadas.
Otra dimensión simbólica del fardo, con sus connotaciones de "peso", se anticipa en la pobreza que agobia a la familia del tío Lucas.
(y ahora presenta el último tema del que dijo que iba a hablar en la introducción) Un último aspecto que podemos analizar es la presencia del narrador. Aquel se presenta como alguien relativamente ocioso al que le place pasear y conversar; entabla con el tío Lucas una relación asimétrica ya que éste lo llama "patroncito". Además, tiene una visión un tanto idealizada de la vida de los trabajadores, que "viven la vida del trabajo fortificante", la "buena salud" y "el trabajo del músculo", se nutren con "la sangre hirviente de la viña", una metáfora para referirse al vino. Después de esta presentación, el narrador prácticamente se esfuma para dar paso al relato del tío Lucas, y reaparece al final, alejándose tranquilamente del muelle y filosofando, en medio de una brisa glacial: esta brisa tiene un sentido literal en tanto descripción del ambiente y otro figurado, que puede asociarse a lo "glacial" del episodio contado por el tío Lucas.
(anuncia una conclusión, que retome muy sintéticamente lo analizado. La conclusión es deseable que termine abriendo un nuevo interrogante, desembocando en otro tema, como para ver que lo analizado es una herramienta para seguir pensando sobre otros temas, estableciendo relaciones , etc.: para que piensen ustedes, ¿sobre qué otro tema puede hacer reflexionar lo analizado en este cuento?) En síntesis, es un cuento en el que se percibe el trabajo modernista con el lenguaje como creador de belleza tanto en la descripción de los paisajes como en la de los personajes. Este trabajo incluye situaciones que el narrador presenta como indeseables y que incluyen una crítica al consumismo burgués.

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