De modo que Borges es anacrónico,
pone fin, mira hacia el siglo XIX. El que abre, el que inaugura,
es Roberto Arlt. Arlt empieza de nuevo: es el único
escritor verdaderamente moderno que produjo la literatura
argentina del siglo XX. Una de las indudables virtudes de
los intelectuales porteños, dijo Marconi, es su nunca del
todo envidiada capacidad para decirlo todo de corrido. Sí,
dijo Renzi, las teorías es mejor enunciarlas de corrido, sobrepone fin, mira hacia el siglo XIX. El que abre, el que inaugura,
es Roberto Arlt. Arlt empieza de nuevo: es el único
escritor verdaderamente moderno que produjo la literatura
argentina del siglo XX. Una de las indudables virtudes de
los intelectuales porteños, dijo Marconi, es su nunca del
todo envidiada capacidad para decirlo todo de corrido. Sí,
todo si uno ha tomado suficiente ginebra. Y entonces, dijo
Marconi, ¿puedo esperar ahora una teoría de corrido sobre
Roberto Arlt? Cómo no, dijo Renzi, respiro un poco y
enseguida te enuncio una veloz teoría sobre la importancia
de Arlt en la literatura argentina. En realidad, dijo Marconi,
esto parece una novela de Aldous Huxley. ¿Huxley? dijo
Renzi. Prefiero el capítulo de la Biblioteca, Escila y Caribdis,
en la Telemaquiada gaélica. Discutamos entonces sobre
Hamlet, dijo Marconi. Che, dijo Renzi, pero Concordia está
lleno de eruditos. Recién empiezo, dijo Marconi: ¿O no demostraremos
mediante el álgebra que el nieto de Hamlet es
el abuelo de Shakespeare y que él mismo es el espectro de
su propio padre? ¿Eh, Buck Mulligan? dijo Marconi. Viejo,
vos tenés una memoria que ni el mismo José Hernández,
dijo Renzi. Un poeta sin memoria, dijo Marconi, es como
un criminal abrumado y casi anulado por la decencia. Un
poeta sin memoria es un oxímoron. Porque el Poeta es la
memoria de la lengua. ¿Cómo entonces esperar de mí que
hable de Arlt? dijo Marconi. Porque digo yo, con perdón
de los presentes, ¿qué era Arlt aparte de un cronista de El
mundo.? Era eso, justamente, dijo Renzi: un cronista del mundo.
Después de lo cual vos me dirás, sin dudas, que podía
ser un cronista de las pelotas pero que escribía mal. Exacto,
dijo Marconi, en esta parte yo te digo que Arlt escribía mal
y de ese modo, supongo, te doy pie para tu veloz carrera
teórica. Pero aparte de eso, dijo Marconi, la verdad que
escribía como el culo. ¿Quién? dijo Renzi ¿Arlt? No, Joyce,
dijo Marconi. Arlt, claro, Arlt, dijo. Me merece el mayor de
los respetos pobre cristo, dijo Marconi, pero la verdad, escribía
como si quisiera arruinarse la vida, desprestigiarse a
sí mismo. El masoquismo que le venía de su lectura de
Dostoievski, ese gusto por el sufrimiento a la manera de
Aliosha Karamazov, él lo destinaba exclusivamente a su
estilo: Arlt escribía para humillarse, dijo Marconi, en el
sentido literal de la expresión. Tiene, no hay duda, un mérito
indudable: peor no se puede escribir. En eso es imbatible
y es único. ¿Terminaste, Morriconi? dijo Renzi. Marconi,
viejo, dijo Marconi. Me llamo Marconi, no te hagas el distraído.
Tranquilidad, dije yo. Pacem in terris. No hay como
el latín, dijo Marconi, para calmar los ánimos. Entonces,
dijo después, quedamos en que Arlt escribía mal. Exacto,
dijo Renzi, escribía mal: pero en el sentido moral de la
palabra. La suya es una mala escritura, una escritura perversa.
El estilo de Arlt es el Starvroguin de la literatura
argentina; es el Pibe Cabeza de la literatura, para usar un
símil nativo. Es un estilo criminal. Hace lo que no se debe,
lo que está mal, destruye todo lo que durante cincuenta
años se había entendido por escribir bien en esta descolorida
república. Cita de Borges, dijo Marconi: descolorida república.
Cualquier maestra de la escuela primaria, incluso
mi tía Margarita, dijo Renzi, puede corregir una página de
Arlt, pero nadie puede escribirla. Y no, dijo Marconi, eso
seguro que no, nadie puede escribirla salvo él. Pero no te
interrumpo más, en serio, te escucho, dijo. ¿Ginebra? Sí,
dijo Renzi. ¿Volodia? dijo Marconi. Bueno, dije yo. Arlt
escribe contra la idea de estilo literario, o sea, contra lo que
nos enseñaron que debía entenderse por escribir bien, esto
es, escribir pulcro, prolijito, sin gerundios ¿no? sin palabras
repetidas. Por eso el mejor elogio que puede hacerse de
Arlt es decir que en sus mejores momentos es ilegible; al
menos los críticos dicen que es ilegible: no lo pueden leer,
desde su código no lo pueden leer. El estilo de Arlt, dijo
Renzi, es lo reprimido de la literatura argentina. Todos los
críticos (salvo dos excepciones), todos los que escribieron
sobre Arlt, desde una punta a otra del espinel, desde
Castelnuovo, digamos, hasta Murena, están de acuerdo en
una sola cosa: en decir que escribía mal. Es una de las
pocas coincidencias unánimes que puede ofrecer la literatura
argentina. Cuando llegan a ese punto bajan todas las banderas
y se ponen de acuerdo. Conciliación conmovedora,
dijo Renzi, que no hubiera alegrado al difunto. Tienen razón,
dado que Arlt no escribía desde el mismo lugar que ellos,
ni tampoco desde el mismo código. Y en esto Arlt es absolutamente
moderno: está más adelante que todos esos
chitrulos que lo acusan. ¿Porque cuándo aparece en la literatura
argentina la idea de estilo, dijo Renzi, la idea del
escribir bien como valor que distingue a las buenas obras?
Por de pronto es una noción tardía. Aparece recién cuando
la literatura consigue su autonomía y se independiza de la
política. La aparición de la idea de estilo es un dato clave:
la literatura ha comenzado a ser juzgada a partir de valores
específicos, de valores, digamos, dijo Renzi, puramente literarios
y no, como sucedía en el XIX, por sus valores políticos
o sociales. A Sarmiento o a Hernández jamás se les
hubiera ocurrido decir que escribían bien. La autonomía de
la literatura, la correlativa noción de estilo como valor al
que el escritor se debe someter, nace en la Argentina como
reacción frente al impacto de la inmigración. En este caso
se trata del impacto de la inmigración sobre el lenguaje.
Para las clases. dominantes la inmigración viene a destruir
muchas cosas ¿no? destruye nuestra identidad nacional,
nuestros valores tradicionales, etc., etc. En la zona ligada a
la literatura lo que se dice es que la inmigración destruye y
corrompe la lengua nacional. En ese momento la literatura
cambia de función en la Argentina; pasa a tener una función,
digamos, específica. Una función que, sin dejar de ser ideológica
y social, sólo la literatura como tal, sólo la literatura
como actividad específica puede cumplir. La literatura, decían
a cada rato y en todo lugar, tiene ahora una sagrada
misión que cumplir: preservar y defender la pureza de la
lengua nacional frente a la mezcla, el entrevero, la disgregación
producida por los inmigrantes. Esta pasa a ser ahora
la función ideológica de la literatura: mostrar cuál debe ser
el modelo, el buen uso de la lengua nacional; el escritor pasa
a ser el custodio de la pureza del lenguaje. En ese momento,
hacia el 900 digamos, dijo Renzi, las clases dominantes delegan
en sus escritores la función de imponer un modelo
escrito de lo que debe ser la verdadera lengua nacional. El
que viene a encamar esta nueva función del escritor en la
Argentina es Leopoldo Lugones. Lugones es el primer escritor
argentino que, a diferencia de Sarmiento, Hernández,
etc., cumple en la sociedad una función política exclusivamente
como escritor. Es el poeta nacional, el guardián de la
pureza del lenguaje. Hace un rato hablábamos con
Tardewski sobre el estilo de este hombre, así que no vamos
a insistir. Pero lo que hay que decir es esto: Lugones cumple
un papel decisivo en la definición del estilo literario en la
Argentina. Los textos de Lugones son el ejemplo de qué
cosa es escribir bien; él cristaliza y define el paradigma de
la escritura literaria. Para nosotros, decía Borges, vos te
debes acordar Marconi, dice Renzi, para nosotros, se arrepiente
ahora Borges, escribir bien quería decir escribir como
Lugones. El estilo de Lugones se construye arduamente y
con el diccionario, ha dicho también Borges. Es un estilo
dedicado a borrar cualquier rastro del impacto, o mejor, de
la mezcolanza que la inmigración produjo en la lengua
nacional. Porque ese buen estilo le tiene horror a la mezcla.
Arlt, está claro, trabaja en un sentido absolutamente opuesto.
Por de pronto maneja lo que queda y se sedimenta en el
lenguaje, trabaja con los restos, los fragmentos, la mezcla, o
sea, trabaja con lo que realmente es una lengua nacional.
No entiende el lenguaje como una unidad, como algo coherente
y liso, sino como un conglomerado, una marea de
jergas y de voces. Para Arlt la lengua nacional es el lugar
donde conviven y se enfrentan distintos lenguajes, con sus
registros y sus tonos. Y ese es el material sobre el cual
construye su estilo. Este es el material que él transforma,
que hace entrar en “la máquina polifacética”, para citarlo,
de su escritura. Arlt transforma, no reproduce. En Arlt no
hay copia del habla. Arlt no sufría de esa ilusión que abunda
entre los escritores que rodean a Borges, como Bioy,
Peyrou, el primer Cortázar, que por un lado escribían
“bien”, pulcramente, con “elegancia”, y por otro lado mostraban
que podían transcribir y copiar el habla pintoresca
de las clases “bajas”. El estilo de Arlt es una masa en ebullición,
una superficie contradictoria, donde no hay copia del
habla, transcripción cruda de lo oral. Arlt entonces trabaja
esa lengua atomizada, percibe que la lengua nacional no es
unívoca, que son las clases dominantes las que imponen,
desde la escuela, un manejo de la lengua como el manejo
correcto; percibe que la lengua nacional es un conglomerado.
Eso por un lado, dijo Renzi. Por otro lado, Arlt se zafa
de la tradición del bilingüismo; está afuera de eso, Arlt lee
traducciones. Si en todo el XIX y hasta Borges se encuentra
la paradoja de una escritura nacional construida a partir de
una escisión entre el español y el idioma en que se lee, que
es siempre un idioma extranjero, basta ver la marca del
galicismo en Sarmiento, en Cané, en Güiraldes para entender
lo que quiero decir, Arlt no sufre ese desdoblamiento
entre la lengua de la literatura que se lee en otro idioma y
el lenguaje en el que se escribe: Arlt es un lector de traducciones
y por lo tanto recibe la influencia extranjera ya tamizada
y transformada por el pasaje de esas obras desde su
lenguaje original al español. Arlt es el primero, por otro
lado, que defiende la lectura de traducciones. Fijate lo que
dice sobre Joyce en el Prólogo a Los Lanzallamas y vas a ver.
De allí que el modelo del estilo literario ¿dónde lo encuentra?
Lo encuentra donde puede leer, esto es, en las traducciones
españolas de Dostoievski, de Andreiev. Lo encuentra
en el estilo de los pésimos traductores españoles, en las ediciones
baratas de Tor. Y ése es el segundo material sobre el
que se construye el estilo de Arlt: “jamelgo”, “mozalbete”,
sus textos están llenos de eso, porque lo que los traductores
españoles fijaban como cliché de traducción y como léxico,
Arlt lo trabaja y lo transforma en materia prima de su escritura.
Arlt viene entonces desde un lugar que es totalmente
otro lugar de ese desde el cual se escribe “bien” y se hace
“estilo” en la Argentina. No hay nada igual al estilo de
Arlt; no hay nada tan transgresivo como el estilo de Roberto
Arlt. Pero hay más, dijo Renzi, y ya termino. Ese estilo
de Arlt, hecho de conglomerados, de restos, ese estilo
alquímico, perverso, marginal, no es otra cosa que la
transposición verbal, estilística, del tema de sus novelas. El
estilo de Arlt es su ficción. Y la ficción de Arlt es su estilo:
no hay una cosa sin la otra. Arlt escribe eso que cuenta:
Arlt es su estilo, porque el estilo de Arlt está hecho, en el
plano lingüístico, del mismo material con el que construye
el tema de sus novelas. Por eso me dan risa los tipos que
son condescendientes con él y dicen: Arlt es un gran escritor
a pesar de su estilo; los tipos que piensan que cuando un
escritor tiene tanto que decir, como se supone que tenía Arlt
tanto para decir, la fuerza arrolladora de su “mundo interior”
lo obliga a olvidarse de la forma. Esos son los que
piensan que cuanto más “sincero”, para usar una palabra
que les gusta, es un escritor, cuantas más verdades tiene
para decir, peor escribe; porque según ellos justamente el
no preocuparse por la forma, el dejarse llevar, sería una
muestra de su fuerza, de esa naturaleza arrolladora, etc.
Arlt no tiene nada que ver con eso. Hay muchos escritores
que escriben mal en ese sentido, pero Arlt no es de esa
clase. La literatura de Arlt es una máquina que funciona
toda ella con el mismo combustible. Pero en fin, dijo Renzi,
explicar qué significa Arlt en la literatura argentina
habría que hablar una semana. Estoy decepcionado Renzi,
dijo Marconi. Habíamos empezado tan bien. Por supuesto,
si uno lee a Arlt como vos lo leés no puede leer a Borges. O
puede leerlo de otro modo, dijo Renzi; leerlo, por ejemplo,
desde Arlt. Mejor sí, dijo Marconi, mejor leer a Borges desde
Arlt, porque si uno lee a Arlt desde Borges no queda nada.
Aparte que la sola idea de imaginarme a Borges leyendo
una página de Arlt me produce honda tristeza. No creo
que el Viejo pueda resistir sin sufrir un ataque de catalepsia
más de dos renglones de eso que vos denominas el estilo
de Arlt. No creo, por lo demás, que Borges se haya tomado
jamás el trabajo de leerlo, dijo Marconi. ¿De leer a Arlt?,
dijo Renzi, no creas. No creas, dijo. Mira, vos te debés acordar,
estoy seguro, de ese cuento de El informe de Brodie que se
llama “El indigno”. Releelo, hacé el favor y vas a ver. Es El
juguete rabioso. Quiero decir, dijo Renzi, una transposición
típicamente borgeana, esto es, una miniatura del tema de
El juguete rabioso. Joven fascinado por el mundo del delito
que aparece encarnado, para él, en un marginal que lo inicia
y al que admira y a quien, en el momento de pasar al otro
lado, es decir, en el momento de abandonar el mundo,
digamos, legal y convertirse él también en un delincuente,
el protagonista delata. El núcleo temático es el mismo en
los dos textos, dijo Renzi, y la delación es la clave en los
dos textos. Ahora bien, dijo Renzi, el policía a quien el
protagonista del cuento de Borges va a ver para delatar a
su amigo se llama, en el relato de Borges, Alt. Sabés mejor
que yo, sin duda, el significado que tienen los nombres en
los textos de Borges, de modo que nadie me hará creer que
ese apellido, con esa R que falta, letra inicial, diría yo, de
otro nombre, con esa R justamente que falta, está puesto
ahí por azar. Es como decir que Borges le puso porque sí
Beatriz Viterbo a la mina de El aleph o que en ese cuento
Daneri no es una contracción de Dante Alighieri. Ingenuos
no, dijo Renzi; para ingenuos, según parece, alcanza con
Arlt que, como todo el mundo dice, era un escritor naif.
¿Quién es entonces el indigno sino Roberto Arlt? El Gran
Indigno de la literatura argentina. ¿Y qué es ese cuento si
no un homenaje de Borges al único escritor contemporáneo
que siente a la par? Sabés mejor que yo, dijo Renzi. Parala,
viejo, dijo de pronto Marconi, con eso de decidir cuáles son
las cosas que yo sé. Escucho con atención y paciencia lo
que vos decís que sabés, sobre lo que yo sé déjame opinar a
mí, dijo Marconi. ¿Qué querés ahora, que nos agarremos a
bollos? dijo Renzi. Bollos, copia del habla, dijo Marconi.
Digamos trompis, dijo. Pero no, yo soy un tipo pacífico;
desde que lo liquidaron a López Jordán los entrerrianos
estamos totalmente pacificados y nuestros conflictos con
los porteños pertenecen al pasado. Sencillamente, no me
gusta esa retórica canchera que te hace empezar las frases
con tus opiniones sobre lo que yo debo saber. ¿Y?, digo yo,
¿cómo sigue el asunto? Nada, dice Renzi, pienso que Borges
escribe en términos de ficción sus homenajes y sus lecturas
de la literatura argentina (y no sólo argentina, digamos
entre paréntesis). Si uno quiere saber qué escritores valora
Borges en la literatura argentina no hay que escuchar ni
preocuparse por lo que dice, si no uno se encuentra con elogios
a Mallea, a Carmen Gándara y a otros maestros por el
estilo. Hay que mirar sobre quién ha escrito Borges su ficción,
o mejor, a qué escritores argentinos usó como tema
de sus relatos. Y Borges ha escrito ficciones sobre, enumeró
Renzi: 1. José Hernández (Tadeo Isidoro Cruz, El fin y otro
más en El hacedor, que no me acuerdo). 2. Sarmiento (Diálogo
de muertos). 3. Groussac (Pierre Menard). 4. Lugones
(el texto que abre El hacedor). 5. Roberto Arlt, el cuento
este que digo. Eso es para Borges lo único que vale, los
únicos nombres que valen en la historia de la literatura
argentina. ¿Y entonces, Marconi?, dijo Renzi. ¿No estás de
acuerdo? ¿O todavía te sigue la mufa? No, dijo Marconi,
soy un hombre de odios y pasiones pasajeras. ¿Y estás de
acuerdo? No, claro que no, dijo Marconi. Demasiado
sofisticado para mi gusto. Pero en fin, dijo, para seguir
cumpliendo mi papel de anfitrión amable, suponete que
nos ponemos de acuerdo en dejar de lado a Borges, escritor
del siglo XIX, etc.; suponete entonces que nos ponemos de
acuerdo en dejar de lado a Borges que es más o menos lo
mismo que ponernos de acuerdo en dejar de lado el río y
de un modo que no vacilaré en llamar platónico nos decidimos
a cruzar al Uruguay de a pie, como si no hubiera
agua. Dejando entonces a Borges de lado gracias a esta
modesta operación filosófica digna del obispo Berkeley, para
citar uno de los que cita el tipo que estamos dejando de
lado, lo ponemos a un costado a Borges, dijo Marconi, como
Berkeley a la realidad sensible y ¿entonces? pregunta retórica
destinada a obtener una respuesta del joven escritor
capitalino que nos visita, y ¿entonces? Entonces, dice Renzi,
partimos de ese supuesto, Borges es un escritor del XIX,
cierra, clausura, etc., etc. Arlt, por su lado, murió en 1942.
¿Quién sería, pregunto yo ahora, dijo Renzi, el escritor actual
que podríamos considerar para decidir que la literatura
argentina no ha muerto?
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