22.2.09

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMERICA LATINA- 2

Textos con los que trabajarán los alumnos a los que se les indique oportunamente:

1)

Página 12 - El País, lunes 18 de Enero del 2008- Opinión









Las ciencias y la lógica del mercado

Por Rubén Dri *


Las siguientes líneas se suman a la polémica iniciada tras las declaraciones del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, en una entrevista con este diario. El filósofo Rubén Dri propone reflexionar sobre la situación de las ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires.

Para el debate abierto sobre el conocimiento es fundamental preguntarse sobre la situación del conocimiento, la investigación y la docencia en nuestra universidad. Lo que en primer lugar salta a la vista es que la universidad en general, y la Facultad de Ciencias Sociales que aquí nos interesa en particular, aceptaron la lógica del mercado que como un huracán se impuso en nuestro país en la década del ’90. El deterioro académico, que es una percepción generalizada, no es más que su consecuencia. Menester

es, pues, que comencemos a realizar un análisis crítico de semejante lógica, a fin de recuperar la facultad como espacio de creación colectiva al servicio de la sociedad.

Todo el mundo sabe que los sueldos que se pagan a los profesores son insuficientes. Para remediar tal situación el neoliberalismo encontró la solución: la categorización y los incentivos.

- La categorización. Una universidad –unidad en la diversidad– es la comunidad, el sujeto colectivo, la producción colectiva de conocimiento, no en el sentido de supresión de las individualidades, sino de afirmación de las mismas en el seno de la comunidad. La comunidad no significa que todos hacen lo mismo o que todas las funciones son exactamente iguales. Hay funciones diferentes, la de profesor titular, la de asociado, la de adjunto, la de auxiliar, pero ello no implica tener profesores de primera, profesores de segunda y profesores de tercera y profesores “parias”. Eso sólo acontece en una sociedad de castas. Mediante los concursos se delinean las funciones en el marco de la comunidad.

El “genial” invento de la “categorización” rompe la comunidad, introduce la jerarquización, la competencia, el individualismo, en una palabra la concepción individualista y de guerra a muerte que es propia del neoliberalismo. Se lleva a la práctica de esa manera uno de los principios fundamentales del neoliberalismo, la desigualdad. Esta, efectivamente, para dicha filosofía no sólo es un valor positivo, sino el valor positivo por excelencia, pues incita a la competencia, motor de todo progreso. ¿Cómo se categoriza? Mediante la asignación de puntajes a determinadas actividades que se supone realizan los docentes. Ahora bien, la categorización hace referencia directa a la investigación, teniendo en cuenta también la docencia, pero ésta, de manera subordinada. Los docentes universitarios aparecemos así categorizados como “investigadores de primera”, “de segunda”, “de tercera” y así en adelante. Puedes haber ganado el concurso que sea, eso quedó atrás, lo importante ahora es que te sometas a la categorización.

De esa manera, el concurso queda desvalorizado. De hecho, es la clave para ser designado como profesor regular, pero ello no signific

a que, por ejemplo, eres apto para desarrollar un proyecto de investigación. Para eso deberás someterte a un tribunal que juzgará si posees tal aptitud. Ahora bien, ¿cuál es el criterio por el cual, por ejemplo, los libros publicados no pueden pasar los 180 puntos? ¿Por qué la docencia en carreras de posgrado puede llegar a los 100 puntos? El único criterio es el “decisionismo”. No puede ser de otra manera cuando se aplican las matemáticas, o sea, lo cuantitativo, a lo cualitativo. Es cierto que esto se aplica al poner determinado puntaje para la aprobación de las materias. La diferencia es que, en este caso, el puntaje está avalado por el conocimiento –al menos eso se supone– que el profesor tiene en relación con el dominio que el alumno posee de la materia. Es decir, lo cuantitativo en este caso es simplemente una manera de significar la aprobación de la materia. En el caso de la categorización el problema es diferente. Efectivamente, aquí no hay ninguna aprobación cualitativa. Todo se reduce al más crudo cuantitativismo: asistencia a los congresos, tantos puntos; artículos en revistas, tantos puntos; y así adelante. Es una verdadera banalización del conocimiento.

El decisionismo que campea en la asignación de puntos a la investigación no puede menos de asombrar al otorgar puntos de investigación a la “gestión” ¿Qué tiene que ver la investigación con la gestión? Esta es una función de política académica. A ella no se llega por méritos académicos, sino por elección. Es bueno que quien ejerce una función política en la universidad posea méritos académicos, pero no necesariamente ni siempre es así. La gestión es una función necesaria que debe ser remunerada con criterios que tienen que ver con el trabajo que implica, pero mezclar la gestión con la investigación, otorgar puntajes de investigación por la gestión es mezclar el agua con el aceite.

Un profesor debe preocuparse por acumular puntaje. Para ello se lanza a acumular títulos, maestrías y doctorados, asistir a congresos, presentar ponencias, publicar artículos pero que sea con “referato”, porque de esa manera tienen mayor puntaje. El invento del referato trae al imaginario la escena de la competencia futbolística.

Una cosa es un artículo publicado con referato y

otra, el mismo artículo publicado sin tan importante y trascendente aprobación. Con artículos con referato uno puede llegar a reunir nada menos que 200 puntos. Esos mismos artículos, sin agregar una coma, pero privados de referato sólo pueden arañar unos 50 puntos. El referato le agrega un plus que no se sabe de dónde viene. Es como la “gracia eficaz” de San Agustín, o las palabras mágicas que transforman la realidad material en espiritual.

Los libros publicados por editorial con arbitraje o comité editorial pueden reunir hasta 180 puntos. Pongamos por caso: la Fenomenología del espíritu, la Ciencia de la lógica y la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel no llegarían a reunir esos puntos porque es evidente que no contaron con ningún arbitraje. Con algunas publicaciones que contasen con la “gracia” del referato se pueden reunir hasta 200 puntos y superar a los tres libros de Hegel.

- Los incentivos. En diversas actividades el incentivo está prohibido. Se trata de una práctica que va contra la ética. Ya que la práctica deportiva ha influido en la adopción del referato, se podría haber adoptado también la práctica del deporte en la cuestión del “incentivo”. En ella tal práctica está prohibida y penada.

En la Universidad es práctica loable. Es necesario acumular puntaje, ser categorizado en el nivel más alto posible, para entrar en los incentivos. Los profesores universitarios para trabajar necesitan ser incentivados. Eso sí, se paga en negro.

Suponer que para trabajar se necesita ser incentivado es directamente humillante, pues ello significa que el trabajador es tan irresponsable como para no realizar el trabajo que le corresponde. Si esto puede aplicarse

a todo trabajador, con más razón debe aplicarse a profesores universitarios, pues se supone que éstos son “educadores”. Es absurdo pretender serlo si no se es plenamente responsable de su trabajo.

- Los posgrados. La necesidad de acumular títulos para el puntaje con el que puedas acceder a la categorización más alta y así puedas recibir un mayor incentivo lleva a la multiplicidad de los cursos y títulos de posgrado. El grado ha quedado “degradado”, tan degradado que en algunos programas recibidos de las instancias superiores directamente no figura, porque sólo habla de pregrado y posgrado.

Es ésta una grave deficiencia. El tronco de la formación universitaria, aquello en lo que la comunidad universitaria debiera poner sus máximos esfuerzos es en la formación de grado. Para esta instancia de la formación universitaria, la Facultad debe contar con profesores debidamente concursados, con sueldos dig

nos.

Los profesores con dedicación exclusiva cada año informan sobre sus actividades, tanto de la enseñanza como de la investigación, de modo que no necesitan otra instancia para hacer lo mismo. Tampoco tienen necesidad de incentivo alguno, porque el sueldo que reciben debe ser suficiente para una vida digna y un trabajo eficiente.

Es un mérito de la Facultad de Ciencias Sociales el haber resistido eficazmente a la tentativa de acortamiento de la carrera de grado. Sin embargo, la avalancha de propuestas de posgrado la ha postergado.

- “Informes sobre las investigaciones.” Antaño, cuando no gozábamos de los beneficios de las categorizaciones y los incentivos, el infor

me que se debía rendir de las investigaciones realizadas era eso, un informe. Ello significa que era necesario sintetizar el cuerpo de la investigación mostrando sus avances, sus dificultades, el cumplimiento de los objetivos, los cambios que el proceso de investigación ha obligado a realizar, etc.

Ahora todo eso cambió. Veamos: “Breve descripción del proyecto (120 palabras)”. A continuación: “Describir las dificultades encontradas en la ejecución del proyecto (120 palabras)”. A tan difícil y severo informe le siguen las “palabras claves”. Eso es todo en cuanto informe del proyecto como tal. Claro que nada de eso es importante. Lo importante viene ahora: Publicación de artículos, presentación en congresos, simposios; realización de conferencias, en una palabra, acumular puntaje.

De esta manera, lo cualitativo ha desaparecido,

fagocitado por lo cuantitativo, es decir, por el mercado. Hay que salir a vender el producto, saber presentarlo, independientemente de su calidad. Es necesario saber llenar formularios, tarea que se ha transformado en una de las principales actividades del docente universitario que quiere “progresar”.

* Profesor consulto e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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La religión del automóvil

I. Liturgia del divino motor

Con el dios de cuatro ruedas ocurre lo que suele ocurrir con los dioses: nacen al servicio de la gente, mágicos conjuros contra el miedo y la soledad, y terminan poniendo a la gente a su servicio. La religión del automóvil, con su Vaticano en Estados Unidos de América, tiene al mundo de rodillas.

Seis, seis, seis

La imagen del Paraíso: cada estadounidense tiene un auto y un arma de fuego. En Estados Unidos se concentra la mayor cantidad de automóviles y también el arsenal más numeroso, los dos negocios básicos de la economía nacional. Seis, seis, seis: de cada seis dólares que gasta el ciudadano medio, uno se consagra al automóvil; de cada seis horas de vida, una se dedica a viajar en auto o a trabajar para pagarlo; y de cada seis empleos, uno está directa o indirectamente relacionado con la violencia y sus industrias. Cuanta más gente asesinan los automóviles y las armas, y cuanta más naturaleza arrasa, más crece el Producto Nacional Bruto. Como bien dice el investigador alemán Winfried Wolf, en nuestro tiempo las fuerzas productivas se han convertido en fuerzas destructivas.

¿Talismanes contra el desamparo o invitaciones al crimen? La venta de autos es simétrica con la venta de armas, y bien podría decirse que forma parte de ella: los accidentes de tránsito matan y hieren cada año más estadounidenses que todos los estadounidenses muertos y heridos a lo largo de la guerra de Vietnam, y el permiso de conducir es el único documento necesario para que cualquiera pueda comprar una metralleta y con ella cocine a balazos a todo el vecindario. El permiso de conducir no sólo se usa para estos menesteres, sino que también es imprescindible para pagar con cheques o cobrarlos, para hacer un trámite o firmar un contrato. En Estados Unidos, el permiso de conducir hace las veces de documento de identidad. Los automóviles otorgan identidad a las personas.

Los aliados de la democracia

El país cuenta con la nafta más barata del mundo, gracias a los presidentes corruptos, los jeques de lentes negros y los reyes de opereta que se dedican a malvender petróleo, a violar derechos humanos y a comprar armas estadounidenses. Arabia Saudita, pongamos por caso, que figura en los primeros lugares de las estadísticas internacionales por la riqueza de sus ricos, la mortalidad de sus niños y las atrocidades de sus verdugos, es el principal cliente de la industria estadounidense de armamentos. Sin la nafta barata que proporcionan estos aliados de la democracia, no sería posible el milagro: en Estados Unidos, cualquiera puede tener auto, y muchos pueden cambiarlos con frecuencia. Y si el dinero no alcanza para el último modelo, ya se venden aerosoles que dan aroma a nuevo al vejestorio comprado hace tres o cuatro años, el autosaurio ése.

Dime qué coche tienes y te diré quién eres, y cuánto vales. Esta civilización que adora los automóviles, tiene pánico de la vejez: el automóvil, promesa de juventud eterna, es el único cuerpo que se puede cambiar.

La jaula

A este cuerpo, el de cuatro ruedas, se consagra la mayor parte de la publicidad en la televisión, la mayor parte de las horas de conversación y la mayor parte del espacio de las ciudades. El automóvil dispone de restoranes, donde se alimenta de nafta y aceite, y a su servicio están las farmacias donde compra remedios, los hospitales donde lo revisan, lo diagnostican y lo curan, los dormitorios donde duerme y los cementerios donde muere.

El promete libertad a las personas, y por algo las autopistas se llaman freeways, caminos libres, y sin embargo actúa como una jaula ambulante. El tiempo de trabajo humano se ha reducido poco o nada, y en cambio año tras año aumenta el tiempo necesario para ir y venir al trabajo, por los atolladeros del tránsito que obligan a avanzar a duras penas y a los codazos. Se vive dentro del automóvil, y él no te suelta. Drive-by shooting: sin salir del auto, a toda velocidad, se puede apretar el gatillo y disparar sin mirar a quién, como se estila ahora en las noches de Los Angeles. Drive-thru teller, drive-in restaurant, drive-in movies: sin salir del auto se puede sacar dinero del banco, cenar hamburguesas y ver una película. Y sin salir del auto se puede contraer matrimonio, drive-in marriage: en Reno, Nevada, el automóvil entra bajo los arcos de flores de plástico, por una ventanilla asoma el testigo y por la otra el pastor, que Biblia en mano os declara marido y mujer, y a la salida una funcionaria, provista de alas y de halo, entrega la partida de matrimonio y recibe la propina, que se llama Love donation.

El automóvil, cuerpo renovable, tiene más derechos que el cuerpo humano, condenado a la decrepitud. Estados Unidos de América ha emprendido, en estos últimos años, la guerra santa contra el demonio del tabaco. En las revistas, la publicidad de los cigarrillos está atravesada por obligatorias advertencias a la salud pública. Los anuncios advierten, por ejemplo: "El humo del tabaco contiene monóxido de carbono". Pero ningún anuncio de automóviles advierte que mucho más monóxido de carbono contiene el humo de los coches. La gente no puede fumar. Los autos, sí.

II. El ángel exterminador

En 1992 hubo un plebiscito en Amsterdam. Los habitantes de la ciudad holandesa resolvieron reducir a la mitad el espacio, ya muy limitado, que ocupan los automóviles. Tres años después se prohibió el tránsito de autos privados en todo el centro de la ciudad italiana de Florencia, prohibición que se extenderá a la ciudad entera a medida que se multipliquen los tranvías, las líneas de metro, las vías peatonales y los autobuses. También las ciclovías: pronto se podrá atravesar toda la ciudad sin riesgos, por cualquier parte, pedaleando en un medio de transporte que cuesta poco, no gasta nada, no invade el espacio humano ni envenena el aire, y que fue inventado, hace cinco siglos, por un vecino de Florencia llamado Leonardo da Vinci.

Mientras tanto, un informe oficial confirmaba que los automóviles ocupan un espacio bastante mayor que las personas en la ciudad estadounidense de Los Angeles, pero allí a nadie se le ocurrió cometer el sacrilegio de expulsar a los invasores.

¿A quién pertenecen las ciudades?

Amsterdam y Florencia son excepciones a la regla universal de la usurpación. El mundo se ha motorizado aceleradamente, a medida que han ido creciendo las ciudades y las distancias, y los medios públicos de transporte han cedido paso al coche privado. El presidente francés Georges Pompidou lo celebraba diciendo que "es la ciudad la que debe adaptarse a los automóviles, y no al revés", pero sus palabras cobraron sentido trágico cuando se reveló que habían aumentado brutalmente los muertos por contaminación en la ciudad de París, durante las huelgas de fines del año pasado: la paralización del metro había multiplicado los viajes en automóvil y había agotado las existencias de mascarillas antiesmog.

En Alemania, en 1950, los trenes, autobuses, metros y tranvías realizaban las tres cuartas partes del transporte de personas; actualmente, suman menos de una quinta parte. El promedio europeo ha caído al 25 por ciento, lo que es todavía mucho si se compara con Estados Unidos, donde el transporte público, virtualmente exterminado en la mayoría de las ciudades, sólo llega al cuatro por ciento del total.

Henry Ford y Harvey Firestone eran íntimos amigos, y ambos se llevaban de lo más bien con la familia Rockefeller. Ese cariño recíproco desembocó en una alianza de influencias que mucho tuvo que ver con el desmantelamiento de los ferrocarriles y la creación de una vasta telaraña de carreteras, luego convertidas en autopistas, en todo el territorio estadounidense. Con el paso de los años se ha hecho cada vez más apabullante, en Estados Unidos y en el mundo entero, el poder de los fabricantes de automóviles, los fabricantes de neumáticos y los industriales del petróleo. De las sesenta mayores empresas del mundo, la mitad pertenece a esta santa alianza o está de alguna manera ligada a la dictadura de las cuatro ruedas.

Datos para un prontuario

Los derechos humanos se detienen al pie de los derechos de las máquinas. Los automóviles emiten impunemente un cóctel de muchas sustancias asesinas. La intoxicación del aire es espectacularmente visible en las ciudades latinoamericanas, pero se nota mucho menos en algunas ciudades del norte del mundo. La diferencia se explica, en gran medida, por el uso obligatorio de los convertidores catalíticos y de la nafta sin plomo, que han reducido la contaminación más notoria de cada vehículo en los países de mayor desarrollo. Sin embargo, la cantidad tiende a anular la calidad, y estos progresos tecnológicos van reduciendo su impacto positivo ante la proliferación vertiginosa del parque automotor, que se reproduce como si estuviera formado por conejos.

Visibles o disimuladas, reducidas o no, las emisiones venenosas forman una larga lista criminal. Por poner tan sólo tres ejemplos, los técnicos de Greenpeace han denunciado que proviene de los automóviles no menos de la mitad del total del monóxido de carbono, del óxido de nitrógeno y de los hidrocarburos que tan eficazmente están contribuyendo a la demolición del planeta y de la salud humana.

"La salud no es negociable. Basta de medias tintas", declaró el responsable de transportes de Florencia, a principios de este año, mientras anunciaba que ésa será "la primera ciudad europea libre de automóviles". Pero en casi todo el resto del mundo, se parte de la base de que es inevitable que el divino motor sea el eje de la vida humana, en la era urbana.

Copiamos lo peor

El ruido de los motores no deja oír las voces que denuncian el artificio de una civilización que te roba la libertad para después vendértela, y que te corta las piernas para obligarte a comprar automóviles y aparatos de gimnasia. Se impone en el mundo, como único modelo posible de vida, la pesadilla de ciudades donde los autos mandan, devoran las zonas verdes y se apoderan del espacio humano. Respiramos el poco aire que ellos nos dejan; y quien no muere atropellado, sufre gastritis por los embotellamientos.

Las ciudades latinoamericanas no quieren parecerse a Amsterdam o a Florencia, sino a Los Angeles, y están consiguiendo convertirse en la horrorosa caricatura de aquel vértigo. Llevamos cinco siglos de entrenamiento para copiar en lugar de crear. Ya que estamos condenados a la copianditis, podríamos elegir nuestros modelos con un poco más de cuidado. Anestesiados como estamos por la televisión, la publicidad y la cultura de consumo, nos hemos creído el cuento de la llamada modernización, como si ese chiste de mal gusto y humor negro fuera el abracadabra de la felicidad.

III. Los espejos del Paraíso

La publicidad habla del automóvil como una bendición al alcance de todos. ¿Un derecho universal, una conquista democrática? Si fuera verdad, y todos los seres humanos pudieran convertirse en felices propietarios de este medio de transporte convertido en talismán, el planeta sufriría muerte súbita por falta de aire. Y antes, dejaría de funcionar por falta de energía. Nos queda petróleo para dos generaciones. Ya hemos quemado en un ratito una gran parte del petróleo que se había formado a lo largo de millones de años. El mundo produce autos al ritmo de los latidos del corazón, más de uno por segundo, y ellos están devorando más de la mitad de todo el petróleo que el mundo produce.

Por supuesto, la publicidad miente. Los numeritos dicen que el automóvil no es un derecho universal, sino un privilegio de pocos. Sólo el 20 por ciento de la humanidad dispone del 80 por ciento de los autos, aunque el cien por ciento de la humanidad tenga que sufrir las consecuencias. Como tantos otros símbolos de la sociedad de consumo, éste es un instrumento que está en manos del norte del mundo y de las minorías que en el sur reproducen las costumbres del norte y creen, y hacen creer, que quien no tiene permiso de conducir no tiene permiso de existir.

El 85 por ciento de la población de la capital de México viaja en el 15 por ciento del total de vehículos. Uno de cada diez habitantes de Bogotá es dueño de nueve de cada diez automóviles. Aunque la mayoría de los latinoamericanos no tiene el derecho de comprar un auto, todos tienen el deber de pagarlo. De cada mil haitianos, sólo cinco están motorizados, pero Haití dedica un tercio de sus importaciones a vehículos, repuestos y nafta. Un tercio dedica, también, El Salvador. Según Ricardo Navarro, especialista en estos temas, el dinero que Colombia gasta cada año para subsidiar la nafta, alcanzaría para regalar dos millones y medio de bicicletas a la población.

El derecho de matar

Un solo país, Alemania, tiene más automóviles que la suma de todos los países de América Latina y Africa. Sin embargo, en el sur del mundo mueren tres de cada cuatro muertos en los accidentes de tráfico de todo el planeta. Y de los tres que mueren, dos son peatones.

En eso, al menos, no miente la publicidad, que suele comparar al auto con un arma: acelerar es como disparar, proporciona el mismo placer y el mismo poder. La cacería de los caminantes es frecuente en algunas de las grandes ciudades latinoamericanas, donde la coraza de cuatro ruedas estimula la tradicional prepotencia de los que mandan y de los que actúan como si mandaran. Y en estos últimos tiempos, tiempos de creciente inseguridad, al impune matonismo de siempre se agrega el pánico a los asaltos y a los secuestros. Cada vez hay más gente dispuesta a matar a quien se le ponga delante. Las minorías privilegiadas, condenadas al miedo perpetuo, pisan el acelerador a fondo para aplastar la realidad o para huir de ella, y la realidad es una cosa muy peligrosa que ocurre al otro lado de las ventanillas cerradas del automóvil.

El derecho de invadir

Por las calles latinoamericanas circula una ínfima parte de los automóviles del mundo, pero algunas de las ciudades más contaminadas del mundo están en América Latina.

La imitación servil de los modelos de vida de los grandes centros dominantes, produce catástrofes. Las copias multiplican hasta el delirio los defectos del original. Las estructuras de la injusticia hereditaria y las contradicciones sociales feroces han generado ciudades que crecen fuera de todo posible control, gigantescos frankensteins de la civilización: la importación de la religión del automóvil y la identificación de la democracia con la sociedad de consumo, tienen, en esos reinos del sálvese quien pueda, efectos más devastadores que cualquier bombardeo.

Nunca tantos han sufrido tanto por tan pocos. El transporte público desastroso y la ausencia de ciclovías hace obligatorio el uso del automóvil, pero la inmensa mayoría, que no lo puede comprar, vive acorralada por el tráfico y ahogada por el esmog. Las aceras se reducen, hay cada vez más parkings y cada vez menos barrios, cada vez más autos que se cruzan y cada vez menos personas que se encuentran. Los autobuses no sólo son escasos: para peor, en muchas ciudades el transporte público corre por cuenta de unos destartalados cachivaches que echan mortales humaredas por los caños de escape y multiplican la contaminación en lugar de aliviarla.

El derecho de contaminar

Los automóviles privados están obligados, en las principales ciudades del norte del mundo, a utilizar combustibles menos venenosos y tecnologías menos cochinas, pero en el sur la impunidad del dinero es más asesina que la impunidad de las dictaduras militares. En raros casos, la ley obliga al uso de nafta sin plomo y de convertidores catalíticos, que requieren controles estrictos y son de vida limitada: cuando la ley obliga, se acata pero no se cumple, según quiere la tradición que viene de los tiempos coloniales.

Algunas de las mayores ciudades latinoamericanas viven pendientes de la lluvia y el viento, que no limpian de veneno el aire, pero al menos se lo llevan a otra parte. La ciudad de México vive en estado de perpetua emergencia ambiental, provocada en gran medida por los automóviles, y los consejos del gobierno a la población, ante la devastación de la plaga motorizada, parecen lecciones prácticas para enfrentar una invasión de marcianos: evitar los ejercicios, cerrar herméticamente las casas, no salir, no moverse. Los bebés nacen con plomo en la sangre y un tercio de los ciudadanos padece dolores crónicos de cabeza.

-O usted deja de fumar, o se muere en un año -advirtió el médico a un amigo mío, habitante de la ciudad de México, que no había fumado ni un solo cigarrillo en toda su vida.

La ciudad de San Pablo respira los domingos y se asfixia los días de semana. Año tras año se va envenenando el aire de Buenos Aires, al mismo ritmo en que crece el parque automotor, que el año pasado aumentó en medio millón de vehículos. Santiago de Chile está separada del cielo por un paraguas de esmog, que en los últimos quince años ha duplicado su densidad, mientras también se duplicaba, casualmente, la cantidad de automóviles.

Tomado de: Brecha, Montevideo, viernes 29 de marzo de 1996.



LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA- 3

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA- 3



Breve ejemplo de análisis de un texto en el que aparecen ordenados los puntos por los que se fue pasando oralmente en un primer análisis:
Sobre "El arte de pelear", de José Martí (los elementos en rojo son aquellos que articulan las ideas, que "aceitan" el texto retomando lo anterior o introduciendo un nuevo tema)

"En primer lugar, ubiquemos el tipo de texto del que se trata: es un artículo periodístico, publicado originariamente en un diario portavoz del Partido Revolucionario Cubano, ambos fundados por Martí. Este, como emisor del texto, está legitimado en su calidad de escritor combatiente, para escribir acerca del "arte" de pelear. En cuanto a los destinatarios, importa destacar una diferencia: los receptores originalmente pensados por Martí (potenciales revolucionarios cubanos de fines del XIX) y los receptores que el texto encuentra actualmente (estudiantes, por ejemplo, ya que el texto se encuentra en una antología publicada por una editorial especializada en libros escolares; historiadores; público interesado en la obra de Martí; quizás militantes de corrientes radicales que se den por aludidos en el llamado de Martí a pelear...). En el contexto histórico en que escribe Martí, está sobreentendido el porqué de la lucha: la liberación de Cuba del dominio extranjero; en nuestro contexto histórico, esta precisión no se puede dar por conocida.
Este artículo presenta ya desde el título una visión positiva de la pelea: es un "arte"; pensemos que en nuestra cultura, "arte" se asocia con las artes clásicas, con lo bello, lo estéticamente placentero. La guerra formaría parte de las artes, por lo tanto, tendría sus reglas para ser exitosa, e igualmente, sus obstáculos. Tomando entonces la guerra como un arte, Martí organiza su exposición en dos partes claramente definidas por dos párrafos: el primero está dedicado a la versión del título en positivo, es decir, a lo que hace que se pueda pelear bien, y el segundo, a la versión del título en negativo, o sea, a lo que puede hacer fracasar el combate. Que Martí, al menos en el contexto de este artículo, hace una valoración positiva de la guerra, queda explícito, además de por el título, por la asociación al "arte de pelear" de campos semánticos vinculados a la unidad, a la gloria, al corazón, a la virtud. Todo el texto transmite una sensación de urgencia, de inminencia, y cumplir con dicha urgencia es parte primordial del éxito del "buen pelear".
Si la guerra es un arte, decíamos, queda asociada a connotaciones positivas; si la guerra es un arte, puede aprenderse, debe tener reglas, técnicas, etc.: de este modo puede comprenderse que la estructura sintáctica del texto se apoye en formas impersonales de los verbos ("se pelea", "se pierde"): así, quedan enunciadas de forma atemporal y ahistórica las reglas de un arte que evidentemente, Martí considera válido no sólo para su tiempo y su patria, sino más allá de ellos. Estas formas impersonales aparecen a su vez enmarcadas dentro de paralelismos que se dan en los dos párrafos: en general, con la estructura "verbo impersonal + subordinada adverbial". Los paralelismos se encuentran tanto en oraciones extensas como breves, cuya alternancia le da a la prosa un ritmo irregular que puede compararse con la expectativa y la agitación previas a un combate.
A modo de conclusión, queda claro por lo analizado anteriormente que Martí valora positivamente la pelea, pero es importante situarlo en su contexto histórico: la lucha contra el sometimiento de Cuba a España, lo cual nos pone frente a algunas preguntas interesantes para otras situaciones históricas : ¿hasta dónde es lícito reclamar de los oprimidos que peleen por sus derechos con herramientas legales?; ¿pueden juzgarse moralmente del mismo modo la pelea -y entonces la violencia- del opresor y la del oprimido?; ¿por qué a muchos de nosotros nos resulta chocante la imagen de la guerra como un arte? Quizás parte de la respuesta haya que buscarla en ser lo suficientemente creativos y valientes como para inventar y cumplir entre todos algunas reglas de un arte tal vez más complejo que el de la guerra: el arte de la paz.

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA- 4

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA-
DOS MODELOS DE ANÁLISIS COMPARATIVOS









Tengan siempre presentes los tres objetivos de nuestro programa que pueden sintetizarse así:

1) Demostrar un conocimiento acabado, preciso, de los textos argumentativos y literarios trabajados.

2) Analizarlos sirviéndose de los conceptos que brindan los textos teóricos/críticos trabajados para cada unidad; utilizar precisamente el vocabulario propio de la disciplina.

3) Estructurar las exposiciones escritas y las orales de manera coherente, tanto en la presentación/disposición general como en la organización interna (párrafos, uso correcto de conectores, distribución adecuada de la información, explicitación de los aspectos que se analizarán, utilizar el vocabulario pertinente a cada producción, etc.)

Fíjense cómo y por qué estos textos que pongo como posibles análisis comparativos responden, modestamente ;-), a dichos objetivos. Son susceptibles de ser mejorados, van como un simple ejemplo.


A) “El olvido del egoísmo” (R. Scalabrini Ortiz) y “Nuestro pobre individualismo” (J. L. Borges)

Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959) y Jorge Luis Borges (1899-1986), escritores argentinos de trayectoria reconocida, desarrollan en estos textos sus respuestas a un interrogante común a varios pensadores argentinos, especialmente de la primera mitad del siglo XX: ¿hay rasgos que definen esencialmente a los argentinos?; si hay un "ser nacional", ¿qué rasgos lo caracterizan?. En la respuesta a este interrogante, los dos recurren a los procedimientos de comparación y oposición entre los europeos y los argentinos. ¿Qué mirada sobre éstos resulta del desarrollo de dicha comparación? A continuación, analizaremos las respectivas tesis de los autores y los procedimientos estilísticos a los que recurren para sostenerlas; finalmente, intentaremos aportar algunos elementos para establecer la vigencia o no de dichos interrogantes y de las respuestas que dan los autores analizados.
En cuanto al texto de Scalabrini Ortiz, digamos en primer lugar que el emisor no aparece explícitamente: el texto está escrito en tercera persona y en presente, lo que les da a sus afirmaciones un carácter objetivo y de validez universal. Tampoco hay apelaciones directas al receptor pero el planteo que hace Scalabrini Ortiz puede ser de interés para un tipo de lector interesado en la historia de las ideas argentinas, en áreas de conocimiento como la sociología, etc.
Desde el comienzo del texto, vemos un procedimiento clave en su armazón: la comparación antitética entre el modo de vivir la amistad de los europeos y de los porteños. Esta comparación está introducida por una imagen que plantea la especificidad de las instituciones argentinas, que no pueden consistir, para tener sentido, en una mera réplica de las europeas, porque quedan como “el traje de confección”: no se ajustan bien a la forma que ciñen. Notemos con qué recursos se refiere al primer modo de vivir la amistad y qué efecto provocan: a través de algunos paralelismos (“en la amistad europea hay un pacto tácito de colaboración”, “en la amistad porteña hay un desprendimiento afectivo…”; “la amistad europea es un intercambio”, “la amistad porteña es un don”) se refuerza la idea de oposición entre estas dos maneras de vivir la amistad; oposición en la cual la valoración positiva se refiere a la amistad porteña; en el cuarto párrafo, hace una enumeración, para mencionar qué une a los amigos europeos, y se trata de aspectos exteriores a las personas: “dos burócratas del mismo ministerio, dos rentistas del tres por ciento, dos obreros de la misma industria”.En cambio, cuando se refiere a la amistad porteña, los motivos son intrínsecos a los individuos : “simpatía personal”, “sentimientos comunes” y el desempeño de actividades opuestas o la profesión de creencias distintas no es obstáculo para la amistad. A continuación, y reiterando el uso del presente de verdad universal, el autor describe lo que él entiende como la trayectoria habitual que sigue todo vínculo de amistad porteña: el modo de conocerse a través de la presentación hecha por un tercero, los primeros tanteos del diálogo para percibir esas simpatías comunes, la sacralidad que adquiere con el tiempo, la única falla imperdonable (ser “falluto”). Luego de describir esta trayectoria que sigue la amistad porteña, retoma el análisis general de sus características, a través de metáforas (“es una caricia de varones”, “un fortín ante el cual los embates de la vida se mellan”) y de una personificación (“tiene ternuras de madre”), sigue valorizando a la amistad, como unión de cualidades masculinas y femeninas y como refugio frente a las adversidades de la existencia. El cierre del texto es una metáfora que retoma el título: “La amistad porteña es un olvido del egoísmo humano.”
En el texto de Borges detectamos el mismo procedimiento, la comparación antitética, pero ordenado a analizar otro rasgo que compartirían los argentinos: el individualismo. Veamos cómo desarrolla Borges este aspecto.
Importa destacar el contexto histórico en el que escribe el autor: a nivel nacional, es el comienzo del primer gobierno peronista, y a nivel mundial, hace casi treinta años que triunfó la revolución bolchevique rusa; acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y el comunismo ha salido fortalecido de la contienda. Ambas ideologías tienen un fuerte componente estatista, cuyo conocimiento por el receptor sobreeentiende el emisor.
En cuanto a éste, aparece una primera persona del plural que se identifica con los habitantes del siglo XX (“primer siglo de nuestra era) y con los argentinos (“aquí los nacionalistas pululan”, “diferimos insalvablemente de España”, “un partido que nos prometiera…”); además, en ocasiones, utiliza la primera persona del singular, por ejemplo, cuando refuta las posibles objeciones a su tesis (“me atrevo a sugerir”) y cuando enuncia su deseo sobre el partido ideal (“pienso en…”). Por otra parte, la legitimidad del emisor reside en ser quien es: cualquier lector medianamente informado que se encuentra con Borges, percibe el eco de la autoridad que se le reconoce. El receptor no está invocado explícitamente, a semejanza del receptor del texto de S. Ortiz, pero la utilización de la primera persona del plural lo incluye, aunque sólo sea durante la lectura, en un “nosotros” que son “los argentinos”. Los intereses de un posible receptor del texto pueden también ser semejantes a los del lector de la obra de S. Ortiz.
En cuanto a la estructura del texto, hay un primer párrafo de introducción en el que desde el comienzo, se deja sentada una mirada crítica sobre el patriotismo: sus “ilusiones” no tienen fin; las citas de autoridad a las que se asocia, son irónicas: “…la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto”); así, Borges inscribe su postura dentro de una polémica que viene de siglos.
Luego, hay un par de párrafos dedicados a la oposición entre el modo como un argentino y un europeo o estadounidense viven sus relaciones con el Estado. Detecta un concepto clave que difiere notablemente según estas culturas, y es el de “héroe”: a través de citas de autoridad como la de Hegel, de intertextualidades que aluden al Quijote y al Martín Fierro entre otros, deja en claro cómo el argentino valora la amistad personal por encima de cualquier consideración legal, abstracta o impersonal como las que le requiere el concepto de Estado: la cita del Quijote refiere a la liberación de unos bandidos y al enojo del Quijote por el rol de los encargados de custodiarlos; la alusión al Martín Fierro recuerda que la literatura nacional tiene como héroes a un asesino y a un ex policía –Cruz- que debía detenerlo pero al ver su valor, decidió quedarse con él; por el planteo de Borges se sobreentiende que este tipo de héroes sería impensable en la literatura o en la filmografía europea o estadounidense. Aquí Borges entronca con Scalabrini Ortiz en la coincidencia sobre el valor de la amistad para el argentino/el porteño, sólo que en éste, se trata del tema central de su ensayo, mientras que en Borges es uno más de los factores que explican la relación transgresora que el argentino establece con las instituciones legales. Decimos uno más de los factores porque también detecta Borges causas históricas que la explican (“en este país los gobiernos suelen ser pésimos”).
Luego de dichas alusiones literarias y filosóficas, dedica los últimos párrafos a refutar las posibles objeciones de su tesis, anticipándoseles a través de verbos impersonales (“se dirá”, “se añadirá”) y a expresarla abiertamente: el individualismo argentino, que podría ser un rasgo negativo, en el contexto en que Borges escribe se puede transformar en un rasgo positivo que frene el avance de la intromisión del Estado en la vida del individuo.
Hemos hecho un breve recorrido por las opiniones de estos pensadores acerca de los rasgos que definirían el “ser argentino”; encontramos que, efectivamente, para ambos, hay rasgos que hacen a la esencia de “lo argentino”: para S. Ortiz, el modo casi amoroso y sagrado de vivir la amistad y para Borges, el individualismo. Los dos textos orillan un terreno que puede ser riesgoso, habida cuenta de las experiencias terribles a las que llevó atribuirle a un grupo humano una característica esencial que compartirían todos sus miembros: por ejemplo, el antisemitismo hitleriano, con la demencial exaltación de la “raza aria” y la consecuente denigración de las demás, para no hablar de las matanzas por razones étnicas en extensas zonas de Africa, de las ejecutadas en medio del conflicto serbo croata en los ‘90, etc.. Es verdad que prácticamente todas las naciones buscan distinguirse de las demás (a través de símbolos patrios, de sus manifestaciones culturales, etc.), pero la pregunta es hasta dónde esta búsqueda de distinción es válida y positiva como expresión de las particularidades de cada etnia, y hasta dónde puede ser un factor que genere divisiones, enemistades y odios: si los argentinos se definen por ese modo casi amoroso y sagrado de vivir la amistad, es menester creer que ningún otro pueblo puede tener ese rasgo positivo, lo cual daría pie a un complejo de superioridad; si los argentinos se distinguen por su relación transgresora con el Estado y las leyes, es menester creer que ningún otro pueblo tiene ese defecto, lo cual favorecería un complejo de inferioridad. En cualquier caso, el recurrir a estereotipos (“el argentino es…”, “el europeo es…”) y darlos por válidos como descripción de la realidad, suele ser un recurso que empobrece nuestra mirada, porque ya vamos al encuentro del otro con la imagen que nuestro prejuicio –favorable o no- nos da de él; salir de esa mirada estereotipada y abrirse a que el otro se muestre como es, coincida o no con las imágenes previas de uno, es fuente de mucha riqueza para nuestro crecimiento personal y mayor ayuda para una convivencia civilizada que detectar supuestos rasgos distintivos y hacerlos barreras, muros de división. Mejor detectar puentes.
(otra alternativa para la conclusión puede ser en la línea de “Para terminar, reflexionaremos sobre la validez de las tesis de S. Ortiz sobre la amistad y de Borges sobre el individualismo como rasgo positivos”, y ahí tomar esos dos temas y hacer una reflexión personal argumentada acerca de si ustedes los consideran válidos, actuales, o no. La conclusión que yo puse como ejemplo, en vez de tomar los dos temas por separado, los toma por lo que tienen en común: la búsqueda de un rasgo esencial de los argentinos)


b) “Memorias de la prisión” (J.M.Paz) y “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (R.Walsh, 1927-1977)




José María Paz fue un militar unitario que combatió en las guerras civiles del país en la primera mitad del siglo XIX; Rodolfo Walsh fue un escritor y periodista que además participó de la organización armada Montoneros.
Podemos notar en ambos textos un interés por referirse a la institución militar en relación al gobierno y a la población civil si bien el tono en que lo hacen es claramente distinto, como analizaremos a continuación.
En primer lugar, mencionemos las Memorias de Paz: en ellas, aparece claramente el emisor como una primera persona interesada en determinar el lugar que debe ocupar “la clase militar”; por datos del contexto histórico sabemos que el que escribe es un militar, todo lo cual colabora a presentarlo como un emisor legitimo para ocuparse del tema que aborda. Además menciona que se ha interesado personalmente por este problema, sin recibir respuestas: “jamás encontraron ecos mis solicitudes.” Es interesante notar la valoración que hace de las instituciones liberales y de los países que las encarnan (p.ej., América del Norte e Inglaterra): dicha valoración proviene del hecho de que en ellas es donde la disciplina militar es más rigurosa y donde el ejército es más valorado. Introduce como intertextualidad un consejo cuya fuente no menciona: “La disciplina militar debe ser más exacta en proporción que las instituciones políticas del país son más liberales.” y cuyo olvido ha sido la causa de innumerables males. Para reforzar esta idea, recurre a varias preguntas retóricas”¿Qué cosa más regular y más exacta que la disciplina militar inglesa?”.
A continuación, asume las posibles objeciones que le harían los receptores de su mensaje. Por ejemplo, el temor a una “obediencia enteramente pasiva” que puede convertir al ejército en “instrumento de la tiranía”, o al desborde de sus elementos, que lo puede transformar en una “soldadesca insolente”. Para disipar esos temores, recurre de nuevo a las preguntas retóricas, a través de las cuáles puede verse de quién es la responsabilidad de tales desvíos: “¿Por qué nuestros congresos (…) no se han ocupado de eso?”: la responsabilidad es entonces de los legisladores, de la clase política, que no asumen el rol que les corresponde y se sirven del ejército para sus fines partidarios. Como esto resulta una acusación grave, a continuación, Paz invoca a Dios como testigo de su buena intención: “Presérveme Dios de pensar mal de todos nuestros legisladores…”. De todos modos, insiste en las cualidades de los militares como lo podemos ver según el campo semántico de las virtudes que les adjudica:”buena fe, candor”, que los ha transformado en “víctimas” de políticos inescrupulosos. Hace luego una alusión a dos episodios históricos de sostén del poder en los militares, para reforzar su tesis acerca de que han sido usados como un instrumento descartable por la clase política. Para finalizar, renueva la invocación religiosa (“Quiera el cielo ilustrarnos…”) y la apelación a un valor supremo, “la felicidad de la patria” para que todos los ciudadanos se circunscriban a sus deberes. En definitiva, el texto muestra una voluntad de entendimiento, de acercamiento, de parte del ejército hacia la población civil, para que ambos, cada uno desde su rol, colaboren a la felicidad de la nación.
El texto de Walsh, en cambio, tiene un tono totalmente distinto: este tono ya se percibe desde el primer párrafo, donde el emisor y el receptor se ubican en campos antagónicos; Walsh refiere, a través de una enumeración gradual, los motivos que lo llevan a escribir esta carta abierta, organizada en distintos puntos: dicha enumeración comienza con dos situaciones que lo involucran como intelectual perseguido y sigue con otras en las que se va viendo afectado más directamente, hasta terminar con “la pérdida de una hija que murió combatiéndolos”. Esta enumeración, a su vez, funciona como los motivos que lo legitiman para dirigirle esta carta a la Junta militar en el primer aniversario de su constitución; al terminar su redacción, vuelve sobre su misión de intelectual como la motivación que provocó la carta: después de hacer un paralelismo que describe lo que espera (“sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”), insiste en le compromiso que asumió mucho tiempo atrás de “dar testimonio en momentos difíciles.”
A continuación, el receptor será señalado en todo el texto claramente con el vocativo “ustedes” y el señalamiento de los “errores”, “crímenes” y “calamidades” que han cometido.
Para ejemplificar tales conceptos, el emisor recurre a la enumeración de datos de diverso orden, como informaciones objetivas en las que apoyar su argumentación: en primer lugar, en el punto 2, enumera los desastres en el orden de los derechos humanos, de la vigencia de las instituciones de derecho, etc. Hay una alusión intertextual al dicho maquiavélico “El fin justifica los medios”: el “supuesto de que el fin de exterminar la guerrilla justifica los medios que usan”.
En el punto 3, el recurso elegido para argumentar es la ironía para referirse a las razones invocadas en la explicación de las muertes de algunos ciudadanos: “Extremistas que panfletean el campo, pintan las acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian”: esto es metaforizado como un libreto con estereotipos que se recita de manera nada convincente.
En el punto cinco, aborda la raíz de su tesis: los descalabros que ha mencionado tienen su explicación profunda en el modelo económico que se quiere implantar; modelo que para Walsh es regresivo, indeseable (“formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”, “han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial”): de nuevo recurre a las informaciones estadísticas para sustentar su afirmación (porcentajes de desocupación, de mortalidad infantil, de caídas en el consumo, etc.). Como contraposición a esta pauperización de la sociedad, Walsh denuncia el único crecimiento presupuestario significativo que ha tenido lugar: los presupuestos de las fuerzas de seguridad.
Al finalizar su texto, toma expresiones reiteradas del discurso militar de la dictadura (“apátridas, mercenarios al servicio de intereses foráneos, ideología que amenaza al ser nacional”) e invierte los términos, volviendo esas acusaciones contra la misma junta militar. El texto se cierra con una mirada alarmista sobre “el abismo” al que se está conduciendo al país y, de nuevo, buscando en lo profundo las causas del enfrentamiento actual entre la institución militar y la población civil: son “las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino”, alusión que supone en el receptor cierto conocimiento de la historia argentina: se refiere a la Revolución Libertadora del ’55 que derrocó a Perón: allí comienza la serie de desencuentros entre unos gobernantes que quieren hacer un país sin Perón y/o sin peronismo, y una población civil que no se veía interpretada en tales decisiones.
El final es, como ya se ha dicho, un nuevo intento de legitimarse y una mirada realista sobre el alcance que tendrá la carta. Así, Walsh se inscribe en la tradición del “escritor comprometido”
A modo de conclusión…
(Y esto para que lo piensen ustedes: habiendo visto que el tema de ambos textos es la relación entre la institución militar y el poder civil, se puede hacer alusión a si esta es una discusión cerrada, si sigue siendo tema de debate, qué manifestaciones sociales de estas tensiones podemos registrar actualmente, qué factores históricos explican el paso de los militares vistos como víctimas en el texto de Paz a los militares vistos como victimarios en el texto de Walsh; si hubieran leído obras donde esta problemática aparece pueden hacer referencia a similitudes y diferencias, con los motivos que las expliquen, etc.)


LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA-5-


LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA-4-

Pongo este texto para que lo lean, lo piensen, lo sientan, acuerden, disientan, etc. A veces subo acá textos que no llegamos a trabajar todos en clase sino que expone alguno de ustedes, pero se relacionan con algún tema visto, son interesantes, permiten ecos muy distintos en cada uno, etc.
Este lo traigo a colación porque sobre el final menciona algo que también aparece en el texto de Borges sobre el individualismo argentino. Piensen si en los textos el episodio mencionado -un episodio literario que debe de ser aaaaaampliamente conocido por ustedes ;-)- está valorado del mismo modo. Miren también cómo aparece el concepto de la amistad a raíz de la expresión "Poner las manos en el fuego" .
Es una desgrabación de un comentario espontáneo que hizo Alejandro Dolina en el '94, en su programa radial, después de la noticia del alejamiento de Maradona del Mundial a raíz del descubrimiento de efedrina en su cuerpo.
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La venganza será terrible. Programa del 30/6 al 1 de Julio de 1994. Alejandro Dolina

[...] [Alejandro Dolina] -Hoy estamos muy de indignaciones -¿no?- Es una jornada triste. Y yo hace unos minutos tuve ocasión de hacer un pequeño comentario por Canal 13 acerca de esta desgracia de Diego Maradona; y quiero decir que si fuera solamente una desgracia futbolística, seguramente no la traería yo a colación en este programa y si fuera nada más que el comentario de un partido perdido, o de un jugador en infracción que ha quedado fuera del campeonato, bueno tampoco, porque aquí hay un equipo muy idóneo para ésto -creo que el mejor, ustedes saben la admiración que tengo yo por Víctor Hugo Morales.
De manera que no es un comentario deportivo éste. Pero el sueño del regreso del Diego era -para éste que habla- un sueño mucho más grande que un sueño futbolístico. Creía yo ver en el regreso de este chico al quien he admirado tanto y he querido tanto como jugador de futbol y también como persona. Creía yo ver en ese regreso uno de los contadísimos éxitos que el hombre tiene frente al tiempo, frente a la muerte, frente a la maldad y frente a la mezquindad. En general el tiempo siempre vence, la muerte prevalece, la mezquindad triunfa y las sencillas virtudes más tarde o más temprano, suelen quedar sepultadas. Recuerdo a Rubén Darío en esa línea, vencedor de la muerte. Vencedor del tiempo, vencedor de la maledicencia, vencedor de su propia equivocación: volvía Diego Maradona. Y al margen de que a uno lo ponga contento que un tipo con la 10 celeste y blanca juegue bien... había más... había más... Había ese deportista que había sido vapuleado por una sociedad hipócrita que lo señaló como un delincuente, siendo que en ese mismo círculo que lo señalaba a él como delincuente, se verificaban las mismas costumbres que le enrostraban a Diego, con una hipocresía impresionante. Ciertos periodistas, pensadores y mediocres en general, atacaron a Diego. Se pusieron paternalistas con Diego. Empezaron a darle consejos a Diego. Empezaron a negar o a lamentarse de que Diego fuera ejemplo para muchos jóvenes.
Al respecto debería decir yo lo siguiente, lo he dicho otra veces pero vale decirlo ahora: yo creo que sí es ejemplo. Es ejemplo en un país, en un mundo, pero particularmente en un país, donde la aspiración de las personas es obtener un 4 para poder seguir adelante, es decir, entregar lo menos posible para recibir lo más posible. Negar la excelencia como si fuera obsesiva y demencial, para conformarse con la mediocridad que permite zafar, como suele decirse. En un mundo que aspira a un 4, Diego era el 10. Y en ese sentido es, sigue siendo, un ejemplo para los chicos. Paradigma, porque les muestra que a veces es deseable ser el mejor de todos. Y aunque no se consiga serlo, que vale la pena la lucha para ver si uno lo logra. Ningún deportista del mundo, ningún deportista del mundo fue tan perseguido. Jugador de fútbol suspendido por un año en el ápice mismo de su carrera. Siendo el mejor de todos. Una carrera que como todos sabemos -lugar común mediante, tópico mediante- es breve.

[Jorge Dorio] -Hubo otro gesto, Alejandro, también en ese ápice y en el medio de esa caída, que es el haberse permitido cuando la comodidad a su vez le permitía circular tranquilo en medio del ruido y de la gloria, alzarse frente a los poderosos -equivocado o no, tampoco importa- sino tener una opinión personal, funcionar como un hombre en medio de esta circulación de ídolos habitualmente vacíos de discursos, de opiniones y de pasiones.

[Alejandro Dolina] -Así es. Tomó la posición más incómoda. Se situó en el centro mismo de la incomodidad. Muy fácil hubiera sido para él, hacer como, digamos, como Pelé. Hacerse amigo de los poderosos, hacerse patrocinar, marchar por las avenidas centrales de los "mangiaorejas" y no lo hizo así. No le perdonaron muchos su origen. Yo he escuchado muchas veces, durante el año de su suspensión: "¿Y qué querés con ese negrito villero?". No le perdonaron su origen. Tampoco se lo perdonaron a José María Gatica, a otros que desde muy, muy abajo, llegaron muy arriba por su talento y sin ser alcahuetes de nadie. Ningún deportista padeció trauma semejante. Alcanzó a volver. Fue atacado. Fue empujado hacia la equivocación incluso. ¿Pero por qué? Los medios de comunicación, el mundo éste en que vivimos, suelen obligar a los luchadores quijotescos y solitarios a jugar el juego que todos juegan. Y entonces... ¿Cuál es el juego que todos juegan?. El juego de los medios de comunicación, el juego del retruque, el juego de saber que Sócrates no escribió ningún libro, el juego de no comerse las 'eses'. El juego de una cierta elegancia, y a ese juego, juegan muy bien quienes el mundo manejan. Y Diego jugó a ese juego. Claro, al otro, al juego de él era muy difícil ganarle. No he visto ningún periodista que lo desafiara a hacer "jueguito", pero sí he visto periodistas que lo desafiaban a hablar, a una polémica. ¡Ah! ¡Gran cosa!... Pedirle a Diego que sea polemista, que sea culto. Bueno, por Dios...(...) No encontraron la complacencia, el beneplácito y la complicidad que suelen tener a veces los que llegan desde muy abajo y que encuentran cómoda la alianza con los poderosos. No la hallaron en Diego. Bueno, a todo esto se sobrepuso Diego. ¡Y casi este regreso, era un milagro! Era un milagro. El milagro del héroe que vuelve del infierno. Teseo rescatado de los infiernos. (...) pero bueno, y entonces sucede este episodio absurdo.
Por eso mi tristeza y por eso el desengaño. No la tristeza del hincha de fútbol que dice:- ¡Uh! ¡Nos sacaron el mejor! Esa sería una tristeza chiquita. No. La tristeza de un criollo que vio cómo un chico de Fiorito -el mejor jugador que yo haya visto nunca- pudo sobreponerse a los miserables y ver cómo -para alegría de tales miserables que ahora se estarán llenando la boca con reconvenciones legalistas y cosas por el estilo-, ese sueño se frustró.
Yo estoy muy triste. He llorado, no por el fútbol -yo desde los 11 años que no lloro por el fútbol-, lloro por una estética y por una ética que vuelve a ser pisoteada por los mediocres. Decía yo en canal 13 -quizá exagerando mis sentimientos- pero algo que es verdadero: -Más deseo tenía yo de ver campeón a Diego que de ver campeón a Argentina. Y otra cosa dije también: a la hora de poner las manos sobre el fuego, el buen amigo habrá de ponerlas aun cuando sepa que es posible quemarse. Porque las manos en el fuego con la seguridad de no sufrir quemaduras las pone cualquiera. El verdadero amigo es el que pone las manos en el fuego aun cuando sabe que se va a quemar. Y si Dieguito Maradona que tantas alegrías nos ha dado, no merece que hoy nosotros pongamos las manos en el fuego aun cuando las saquemos quemadas, pues entonces yo no entiendo nada, ni de fobal, ni tampoco -lo que es peor- de la vida.

[Jorge Dorio] -Hay algo más Alejandro que usted pensó y lo hablamos, después en una entrevista a veces las cosas se diluyen, no aparecen, se le escapan a uno. (...) Pero usted pensó en un ejemplo, en una historia que es precedente a eso y que funda a este país. Digamos, la necesidad de alguien que haga un gesto accesorio al gesto del héroe, un gesto más. Usted se acuerda perfectamente de quién estoy hablando.

[Alejandro Dolina] -Claro. No hubo en este caso -lástima que no lo haya habido- un Tadeo Isidoro Cruz para este Fierro. Tadeo Isidoro Cruz, aquel sargento de la partida, que va a prender a Martín Fierro, que cuando lo ve batirse en inferioridad, pero con tanto coraje, dice: -Yo no voy a permitir que se mate así a un valiente- y toma su partido, el partido de los perdedores. Sabía Cruz que tomar ese partido lo conducía a la marginalidad y al aniquilamiento pero lo tomó y dijo: -Yo no voy a dejar que se mate así a un valiente. No hubo ningún Cruz para este Fierro.
Iba yo a hablar de algunas paradojas, (...) de Bertrand Russell, de Zenón de Elea, de Timénedes, pero las paradojas son jueguitos de manos de la razón, y pudo más por suerte esta vez, la potencia de la pasión. Vamos a escuchar un tango, no importa cuál, dedicado a Dieguito Maradona que canta un amigo nuestro.

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA 6: Ernesto Sábato

Ernesto Sábato

El escritor y sus fantasmas (1963)















(la imagen es un cuadro del pintor madrileño Alvaro Delgado, de 1999)

1) (...) ¿qué es una novela pura? Nuestra manía de racionalizarlo todo, consecuencia de una civilización que no ha creído más que la Razón pura (¡así le ha ido!), nos condujo a la candorosa suposición de que en alguna parte existía un Arquetipo del elusivo género novelístico, arquetipo que debía ser escrito de acuerdo con la buena conducta filosófica con mayúscula: “Novela”, así. Y que escritores naturalmente precarios tratan de aproximar mediante intentos más o menos rudos que, para señalar su deshonrosa degradación, deben ser denominadas “novelas” con minúscula.

Lamentablemente o por suerte no hay Arquetipo. Con evidente asco, pero con precisión que él no suponía elogiosa, Valéry lo dijo: Tous les écarts lui appartiennent. Claro que sí. Simultánea o sucesivamente, la novela sufrió todas las violaciones, como los países que por eso mismo han sido tan fecundos en la historia de la cultura: Italia, Francia, Inglaterra, Alemania. Y de ese modo fue simple narración de hechos, análisis de sentimientos, registro de vicisitudes sociales o políticas. Ideología o neutra, filosófica o candorosa, gratuita o comprometida, fue tantas cosas opuestas entre sí, tuvo y tiene una complejidad tan indescifrable que sabemos lo que es una novela si no nos lo preguntan, pero comenzamos a titubear cuando lo hacen. Pues, ¿qué puede haber de común entre obras tan dispares como el Quijote, El proceso, Werther o el Ulises de Joyce?

EL ESCRITOR Y LOS VIAJES. Para bien y para mal, el escritor verdadero escribe sobre la realidad que ha sufrido y mamado, es decir sobre la patria; aunque a veces parezca hacerlo sobre historias lejanas en el tiempo y en el espacio. Creo que Baudelaire dijo que la patria es la infancia. Y me parece difícil escribir algo profundo que no esté unido de una manera abierta o enmarañada a la infancia. Por eso aun los grandes expatriados, como Ibsen o Joyce, siguieron tejiendo y destejiendo esa misma y misteriosa trama. Viajar es siempre un poco superficial. El escritor de nuestro tiempo debe ahondar en la realidad. Y si viaja debe ser para ahondar, paradojalmente, en el lugar y en los seres de su propio rincón.

DESPERTAR AL HOMBRE. Decía Donne que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, y que sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos.

Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo.

2) LOS DOS BORGES. (…) El mismo confiesa que rebusca en la filosofía con puro interés estético lo que en ella pueda haber de singular, divertido o asombroso: que el alípedo Aquiles no pueda alcanzar a la tortuga, ¡qué extraño! Que en un tiempo infinito, amontonando letras al azar, un mono pueda escribir la obra de Dante, ¡qué ingenioso! Las paradojas lógicas, el regresus in infinitum, el solipsismo, son temas de hermosos cuentos. Y como hará un relato con el empirismo de Berkley y no querrá perder la oportunidad de elaborar otro con la igualmente asombrosa esfera de Parménides, su eclecticismo es inevitable. Y por otra parte insignificante, ya que él no se propone la verdad. Ese eclecticismo es ayudado por su irriguroso conocimiento, confundiendo, según las necesidades literarias, el determinismo con el finalismo, el infinito con lo indefinido, el subjetivismo con el idealismo, el plano lógico con el plano ontológico. Recorre el mundo del pensamiento como un amateur la tienda de un anticuario, y sus habitaciones literarias están amobladas con el mismo exquisito gusto pero también con la misma disparatada mezcla que el hogar de ese diletante.

Borges lo sabe y hasta lo murmura. Pero esa clase de lector que con pavor sagrado se arrodilla apenas lee una palabra como aporía, toma por inquietud profunda lo que en general es un sofisticado pasatiempo. Y en lugar de retener al Borges válido admira al autor de esos ejercicios.

Del temor de Borges por la áspera existencia real surgen dos actitudes simultáneas y complementarias: juega en un mundo inventado y se adhiere a la tesis platónica, tesis intelectual por excelencia. El intelecto (limpio, transparente, ajeno al tumulto) lo fascina. Pero como por otra parte quiere seguir jugando, quiere no participar en el siempre duro proceso de la verdad, toma del intelecto lo que tomaría un sofista: no busca la verdad sino que discute por el solo placer mental de la discusión y, sobre todo, eso que tanto gusta a un literato como a un sofista: la discusión con palabras, sobre palabras. Lo atrae lo que la inteligencia posee de móvil, de bipolar, de ajedrecístico; juguetón, inteligente y curioso, le atraen las sofistiquerías, lo subyuga la hipótesis de que todos pueden tener razón o, mejor todavía, que nadie verdaderamente la tiene. En Sócrates admira al encantador verbal, al ingenioso dialoguista que podría demostrar una verdad y la contraria a un auditorio a la vez boquiabierto e incondicional. En ese momento, para él la filosofía no puede proponerse la verdad (en otro, más serio, más culpable, dirá lo contrario), y todo es confutable.

Y aun cuando en el caso de la teología el problema es más grave, también allí todo será cosa verbal, todo literatura. Las herejías son variantes de la ortodoxia, tal como más apaciblemente sucede en la filosofía, pero aquí se paga con la cruz o con la hoguera: no con el tormento de Borges, que considera esas historias con ironía, con distancia, con moderado (intelectual) asombro, como arte combinatorio: que el Demonio puede ser Dios, que Judas puede ser Cristo. Dice: “Durante los primero siglos de nuestra era los gnósticos disputaron con los cristianos. Fueron aniquilados, pero nos podemos representar su victoria imposible. De haber triunfado Alejandría y no Roma, las estrambóticas historias que he resumido aquí para solaz dominical del lector, serían coherentes, majestuosas y cotidianas”.

En ningún relato como en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius se resume mejor ese eclecticismo: allí están todas sus inclinaciones y hasta todas sus equivocaciones, y con cada una de ellas construye un ingenioso universo. Ni él cree en lo que allí dice, ni nosotros creemos, aunque a todos nos encanta lo que tiene de posibilidad metafísica. Y así en toda su obra: que el mundo sea un sueño, que sea reversible, que haya eterno retorno, que la inmortalidad se alcance en la memoria de los otros, que la inmortalidad no exista sino en la eternidad: todo es igualmente válido y nada en rigor vale. En un ensayo nos dirá, solemnemente, que “ni la venganza ni el perdón ni las cárceles ni siquiera el olvido pueden modificar el invulnerable pasado”, pero en Pierre Ménard nos muestra el presente alterando los rasgos de lo que fue. Y si nos preguntamos en cuáles de las dos variantes opuestas cree Borges, tendremos que concluir que cree en ambas. O en ninguna.

(…) El arte –como el sueño- es casi siempre un acto antagónico de la vida diurna. Este mundo cruel que nos rodea lo fascina a Borges, al mismo tiempo que lo atemoriza. Y se aleja hacia su torre de marfil en virtud de la misma potencia que lo fascina. El mundo platónico es su hermoso refugio: es invulnerable, y él se siente desamparado; es limpio, y él detesta la sucia realidad; es ajeno a los sentimientos, y él rehuye la efusión sentimental; es eterno, y a él lo aflige la fugacidad del tiempo. Por temor, por repugnancia, por pudicia y por melancolía, se hace platónico.

Encerrado en su torre, pues, elabora sus juegos. Pero el remeto rumor de la realidad lo alcanza: rumor que se cuela por las ventanas y que sube desde lo más profundo de su propio ser. Al fin de cuentas él no es una figura idea del museo de Meinong sino un hombre de carne y hueso que vive en este mundo, cualesquiera sean los recursos a que eche a mano para desvincularse. Al mundo no sólo lo tiene fuera, en la calle: lo tiene dentro, en su propio corazón. ¿Y cómo aislarse del propio corazón?

Y así, en sus abstractos ensayos y cuentos, ese sordo murmullo se cuela, se oye, se colorean con frases y equívocas palabras que no debieran aparecer: como si en la palabra hipotenusa de Pitágoras apareciese a su lado (calificándola) una palabra tan ajena al orbe matemático como “absurda” o “perniciosa”. Palabras, epítetos y adverbios que, efectivamente, aparecen en esos relatos que querrían ser puros pero que no lo logran. Y el hombre que quiso ser desterrado reaparece siquiera sea tenuemente, siquiera sea fugaz y equívocamente con sus pasiones y sentimientos. Y hasta la ciudad X cualquiera donde Redd Scharlach comete sus crímenes empieza a recordarnos a Buenos Aires.

Y el Borges oculto, el Borges que tiene pasiones y mezquindades como todos nosotros, lo vemos o lo adivinamos detrás de sus abstracciones: contradictorio y culpable. Así, este autor que dice que en la filosofía sólo busca sus encantadoras posibilidades literarias, y que en efecto, las aprovecha para sus relatos, en otra parte reconoce que “la historia de la filosofía no es un vano juego de distracciones ni de juegos verbales”. El autor que pone el ingenio como el más alto atributo de la literatura y que hace de un argumento ingenioso la base (y hasta la esencia) de muchos de sus cuentos ejemplares, nos dice en otra parte, con razón, que “si lo fueran todo los argumentos, no existiría el Qujote o Shaw valdría menos que O’Neil”. El autor que admira a Lugones y lo considera nuestro más grande escritor, por su genio fundamentalmente verbal, y que proclama a Quevedo como el más grande de las letras españolas, nos dice en otra parte (y con razón) que la literatura como juego formal es inferior a la literatura de hombres como Cervantes o Dante, que jamás la ejercieron de semejante manera.

Es que el juego posterga pero no aniquila sus angustias, sus nostalgias, sus tristezas más hondas, sus resentimientos más humanos. Es que las encantadoras supercherías teológicas y la magia puramente verbal no lo satisfacen en definitiva. Y sus más entrañables angustias y pasiones reaparecen entonces en algún poema o en algún fragmento de prosa en que de verdad se manifiestan esos sentimientos demasiado humanos (como en la Historia de los ecos de un nombre), así como en la admiración que demuestra hacia artistas que no son de ninguna manera el paradigma de su estética ni de su ética literaria: Whitman, Mark Twain, Goehte, Dante, Cervantes, León Bloy y hasta Pascal.

(…) Debajo de esta ambigüedad creo advertir el secreto culto por lo que a él le falta: la vida y la fuerza. ¿Qué otra explicación encontrar a la admiración que este estricto literato profesa a esos apopléticos creadores? ¿Qué otra explicación al culto de sus antepasados guerreros, por sus valientes de suburbio, por los vikingos y longobardos? Y ya que no puede o no quiere participar de la barbarie real y contemporánea, al menos participa de la literaria barbarie del pasado: lo bastante lejana como para haberse convertido en un conjunto de (hermosas) palabras. Un rito que, como en las religiones superiores, nos hace comulgar con la sangre y la carne de un cuerpo sacrificado mediante sus apagados y bellos símbolos.

(…) Es el momento en que Borges (bella y conmovedoramente) escribe, después de haber refutado el tiempo: “And yet, and yet… Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos… El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”

En esta confesión final está el Borges que queremos rescatar y que de verdad es rescatable: el poeta que alguna vez cantó cosas humildes y fugaces, pero simplemente humanas: un crepúsculo de Buenos Aires, un patio de infancia, una calle de suburbio. Este es (me atrevo a profetizar) el Borges que quedará. El Borges que después de su frívolo periplo por filosofías y teologías en las que no cree vuelve a este mundo menos brillante pero que cree; este mundo en que nacemos, sufrimos, amamos y morimos. No esa ciudad X cualquiera en que un simbólico Red Scharlach comete sus crímenes geométricos, sino esta Buenos Aires real y concreta, sucia y turbulenta, aborrecible y querida en que vivimos y sufrimos.

3) LA LITERATURA DE SITUACIONES LÍMITES. El hombre de hoy vive a alta presión, ante el peligro de la aniquilación y de la muerte, de la tortura y de la soledad. Es un hombre de situaciones extremas, ha llegado o está frente a los límites últimos de su existencia. La literatura que lo describe e indaga no puede ser, pues, sino una literatura de situaciones excepcionales.

ESTATURA DE LOS PERSONAJES. Si es cierto que los personajes novelísticos salen del propio corazón del creador, nadie puede crear un personaje más grande que él mismo, y si lo toma de la historia lo bajará hasta su propio nivel. El teatro y la narrativa están atiborrados de Cleopatras y Napoleones que no son más altos que sus culpables.

Al revés, modestos seres son levantados hasta la estatura de sus grandes creadores. Es probable que Laura y Beatriz hayan sido mujeres triviales; pero ya nunca lo sabremos, pues las que conocemos fueron levantadas hasta la cumbre de Petraca y de Dante. El poeta hace con sus mujeres lo que en escala humilde hace todo enamorado con su amada.

EL OTRO OFICIO DEL ESCRITOR. Si nos llega dinero por nuestra obra, está bien. Pero escribir para ganar dinero es una abominación. Esa abominación se paga con el abominable producto que así la engendra.

ARTE Y SOCIEDAD. (…) Hay, qué duda cabe, alguna relación entre el artista y su circunstancia, y es claro que Proust no podría haberse formado en una tribu de esquimales. A veces ese vínculo es neto, como el que existe entre la aparición de la clase burguesa y la irrupción de la proporción y la perspectiva en la pintura. Pero las más de las veces ese vínculo es mucho más complejo, y, sobre todo, contradictorio, ya que el artista es en general un ser disconforme y antagónico, y porque en buena medida es precisamente su desafecto a la realidad que le ha tocado vivir lo que lo lleva a crear otra realidad en su arte; que discrepa tanto de aquélla como el sueño de la vida diurna, y por motivos semejantes. El hombre no es un objeto pasivo, y por lo tanto no puede limitarse a reflejar el mundo: es un ser dialéctico y (como sus sueños lo prueban), lejos de reflejarlo, lo resiste y lo contradice. Y este atributo general del hombre se da con más histérica agudeza en el artista, individuo por lo general anárquico y antisocial, soñador e inadaptado.

(…) La literatura, sobre toda la literatura, es algo así como la inversa de la sociedad: en las épocas teocráticas es a menudo anticlerical, como lo demuestran los fabiliaux de la Edad Media; y, al revés, nunca se produce una literatura tan profundamente religiosa como en las épocas laicistas. Piénsese en la calidad de la literatura católica en la Francia de la Tercera República o en la Inglaterra protestante de hoy.

Ya Matthew Arnold señalaba que en las épocas de convencionalismo y de seco racionalismo termina por vencer la necesidad de pasión, de efusión y relieve; y recíprocamente. Y Erich Kahler muestra cómo cada vez que en la historia de la humanidad un principio es llevado hasta sus últimas consecuencias se vuelve contra sí mismo.

SOFISMAS SOBRE LITERATURA POPULAR. El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y por una retórica para chicas semianalfabetas y cursis.

Acaso el pueblo, tal como existía en las primitivas comunidades, tenía un sentido profundo y verdadero del amor y la muerte, de la piedad y el heroísmo. Ese sentido profundo y verdadero que se manifestaba en la mitología, en sus cuentos folklóricos y leyendas, en la alfarería y en las danzas rituales. Cuando el pueblo estaba aún entrañablemente unido a los hechos esenciales de la existencia: al nacimiento y la muerte, a la salida y puesta del sol, a las cosechas y al comienzo de la adolescencia, al sexo y el sueño. Pero ahora ¿qué es, realmente, el pueblo? Y, sobre todo, ¿cómo puede tomárselo como piedra de toque de un arte genuino cuando está falsificado, cosificado y corrompido por la peor literatura y por un arte de bazar barato? Basta comparar la vulgaridad de cualquier estatuita fabricada en seria para el adorno del hogar o para una iglesia contemporánea con un ícono popular, o un fetiche africado para advertir el enorme foso que se ha abierto entre el pueblo y la belleza. En la tribu más salvaje del Amazonas o del África central no encontramos jamás la vulgaridad, ni en sus potiches ni en sus vasijas ni en sus trajes, que hoy nos rodean por todos lados.

Así llegamos a otra conclusión que podría parecer paradojal. Y es que en nuestro tiempo sólo los grandes e insobornables artistas son los herederos del mito y de la magia, son los que guardan en el cofre de su noche y de su imaginación aquella reserva básica del ser humano, a través de estos siglos de bárbara enajenación que soportamos.

No es, en suma, el artista quien está deshumanizado, no es Van Gogh o Kafka quienes están deshumanizados, sino la humanidad, el público.

ARTE MAYORITARIO. Contra los que pretenden, demagógicamente, que toda gran obra de arte a la larga es mayoritaria contra los exquisitos que pretenden lo contrario, creo que es fácil demostrar que ambas pretensiones son sofísticas.

  1. Hay literatura grande y sin embargo minoritaria: Kafka.
  2. Hay literatura minoritaria y sin embargo mala; la mayor parte de los poemas que hoy se escriben, mero logogrifos o logomaquias.
  3. Hay literatura grande y mayoritaria: El viejo y el mar.
  4. Hay literatura mayoritaria y mala: historietas, fotonovelas, literatura rosa, casi toda la literatura policial.

RELACIÓN ENTRE EL AUTOR Y SUS PERSONAJES. Algunos contemporáneos de Balzac nos dicen que era vulgar y vanidoso. Pero lo cierto es que es capaz de crear personajes de una grandeza que no condicen con ese Balzac real (¿o aparente?). Los personajes surgen del corazón del escritor, pero pueden superarlo en bondad, en sadismo, en generosidad, en avaricia.

Todos los personajes de una novela representan, de alguna manera, a su creador. Por todos, de alguna manera, lo traicionan.

Madame Bovary soy yo, qué duda cabe. Pero también soy Rodolphe, en mi incapacidad para soportar mucho tiempo el temperamento romántico de Emma. Y también soy M.Homais, pues ¿mi romanticismo extremo no me ha terminado por convertir en algo así como un ateo del amor?

A medida que esos personajes de novela van emanando su espíritu de su creador, se van convirtiendo, por otra parte, en seres independientes; y el creador observa con sorpresa sus actitudes, sus sentimientos, sus ideas. Actitudes, sentimientos e ideas que de pronto llegan a ser exactamente los contrarios de los que el escritor tiene o siente normalmente: si es un espíritu religioso verá, por ejemplo, que alguno de esos personajes es un feroz ateo; si es conocido por su bondad o por su generosidad, en algún otro de esos personajes advertirá de pronto los actos de maldad más extremos y las mezquindades más grandes. Y cosa todavía más singular: no sólo experimentará sorpresa sino, también, una especie de retorcida satisfacción.

4) CRÍTICAS A LOS CRÍTICOS. Sartre: “La mayoría de los críticos son hombres que no han tenido suerte y que en el momento en que estaban en los lindes de la desesperación encontraron un modesto y tranquilo trabajo de guardián de cementerios”.

Para el crítico, es un placer que los autores contemporáneos le concedan la gracia de morirse: sus libros, demasiado crudos, demasiado vivos, demasiado apremiantes, pasan al otro lado, afectan cada vez menos y se hacen cada vez más hermosos; después de una breve permanencia en el purgatorio, van a poblar el cielo inteligible de los nuevos valores.

RAÍCES DE LA FICCIÓN. En esta vida única y limitada que tenemos, en cada instante nos vemos obligados a elegir un solo camino entre infinitos que se nos presentan. Elegir esa posibilidad es abandonar las otras a la nada. Esa posibilidad que ni siquiera sabemos hasta dónde nos ha de llevar, pues nuestra visión del futuro es precaria y sentimos el mismo desasosiego que el navegante que debe pasar entre escollos peligrosísimos en medio de la niebla o la oscuridad. Apenas si sabemos con certeza que más allá está la inevitable muerte, lo que precisamente hace más angustiosa nuestra elección: pues hace de ella algo único e irreversible. Elección, pues, que parece inventada por el demonio para atormentarnos, portada como presumimos de una casi segura frustración, el camino de la desilusión o el fracaso. Y, para mayor escarnio, por causa de nuestra propia voluntad.

En la ficción ensayamos otros caminos, lanzando al mundo esos personajes que parecen ser de carne y hueso, pero que apenas pertenecen al universo de los fantasmas. Entes que realizan por nosotros, y de algún modo en nosotros, destinos que la única vida nos vedó. La novela, concreta pero irreal, es la forma que el hombre ha inventado para escapar a ese acorralamiento. Forma casi tan precaria como el sueño, pero al menos más voluntariosa.

Esta es una de las raíces de la ficción.

La otra sea, acaso, esa ansia de eternidad que tiene la criatura humana; otra ansia incompatible con su finitud. La búsqueda del tiempo perdido, el rescate de alguna infancia o alguna pasión, la petrificación de un éxtasis. Otro simulacro en suma.

UNA DE LAS PARADOJAS DE LA FICCIÓN. Es característico de una buena novela que nos arrastre a su mundo, que nos sumerjamos en él, que nos aislemos hasta el punto de olvidar la realidad. ¡Y sin embargo es una revelación sobre esa misma realidad que nos rodea!

ARQUETIPOS. Una de los errores de cierta novelística consistió en creer en los arquetipos, como personajes cerrados, únicos, duros. No hay tal arquetipo. Todo lo que está en un hombre puede estar en los demás: abierto o críptico, desarrollado o en gérmen, nítido o difuso. Por eso las grandes novelas apasionan a todos, y de alguna manera todos se sienten representados en sus obsesiones más profundas. Todos nacemos, sufrimos, amamos, tenemos esperanzas y desilusiones, todos nos frustramos y nos morimos. Yo no soy viajante de comercio y no vivo en los Estados Unidos, pero La muerte de un viajante me conmueve. ¿Por qué? Nada que sea totalmente ajeno a nuestro espíritu nos conmueve, por nada que sea inconmensurable con nosotros podemos tener compasión; como la palabra lo indica es una pasión compartida, es un movimiento en común. Si Hamlet nos interesa es porque en alguna medida, en algún momento, en alguna pasión hemos sido Hamlet. También Quijotes y Sanchos, también hemos sentido de una manera o de otra el deseo de matar a una vieja usurera; y si no lo hemos sentido o si creemos no haberlo sentido nunca, ya se encarga ese despiadado novelista de hacernos sentir esa pasión.