22.2.09

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA- 4

LA LITERATURA DE IDEAS EN AMÉRICA LATINA-
DOS MODELOS DE ANÁLISIS COMPARATIVOS









Tengan siempre presentes los tres objetivos de nuestro programa que pueden sintetizarse así:

1) Demostrar un conocimiento acabado, preciso, de los textos argumentativos y literarios trabajados.

2) Analizarlos sirviéndose de los conceptos que brindan los textos teóricos/críticos trabajados para cada unidad; utilizar precisamente el vocabulario propio de la disciplina.

3) Estructurar las exposiciones escritas y las orales de manera coherente, tanto en la presentación/disposición general como en la organización interna (párrafos, uso correcto de conectores, distribución adecuada de la información, explicitación de los aspectos que se analizarán, utilizar el vocabulario pertinente a cada producción, etc.)

Fíjense cómo y por qué estos textos que pongo como posibles análisis comparativos responden, modestamente ;-), a dichos objetivos. Son susceptibles de ser mejorados, van como un simple ejemplo.


A) “El olvido del egoísmo” (R. Scalabrini Ortiz) y “Nuestro pobre individualismo” (J. L. Borges)

Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959) y Jorge Luis Borges (1899-1986), escritores argentinos de trayectoria reconocida, desarrollan en estos textos sus respuestas a un interrogante común a varios pensadores argentinos, especialmente de la primera mitad del siglo XX: ¿hay rasgos que definen esencialmente a los argentinos?; si hay un "ser nacional", ¿qué rasgos lo caracterizan?. En la respuesta a este interrogante, los dos recurren a los procedimientos de comparación y oposición entre los europeos y los argentinos. ¿Qué mirada sobre éstos resulta del desarrollo de dicha comparación? A continuación, analizaremos las respectivas tesis de los autores y los procedimientos estilísticos a los que recurren para sostenerlas; finalmente, intentaremos aportar algunos elementos para establecer la vigencia o no de dichos interrogantes y de las respuestas que dan los autores analizados.
En cuanto al texto de Scalabrini Ortiz, digamos en primer lugar que el emisor no aparece explícitamente: el texto está escrito en tercera persona y en presente, lo que les da a sus afirmaciones un carácter objetivo y de validez universal. Tampoco hay apelaciones directas al receptor pero el planteo que hace Scalabrini Ortiz puede ser de interés para un tipo de lector interesado en la historia de las ideas argentinas, en áreas de conocimiento como la sociología, etc.
Desde el comienzo del texto, vemos un procedimiento clave en su armazón: la comparación antitética entre el modo de vivir la amistad de los europeos y de los porteños. Esta comparación está introducida por una imagen que plantea la especificidad de las instituciones argentinas, que no pueden consistir, para tener sentido, en una mera réplica de las europeas, porque quedan como “el traje de confección”: no se ajustan bien a la forma que ciñen. Notemos con qué recursos se refiere al primer modo de vivir la amistad y qué efecto provocan: a través de algunos paralelismos (“en la amistad europea hay un pacto tácito de colaboración”, “en la amistad porteña hay un desprendimiento afectivo…”; “la amistad europea es un intercambio”, “la amistad porteña es un don”) se refuerza la idea de oposición entre estas dos maneras de vivir la amistad; oposición en la cual la valoración positiva se refiere a la amistad porteña; en el cuarto párrafo, hace una enumeración, para mencionar qué une a los amigos europeos, y se trata de aspectos exteriores a las personas: “dos burócratas del mismo ministerio, dos rentistas del tres por ciento, dos obreros de la misma industria”.En cambio, cuando se refiere a la amistad porteña, los motivos son intrínsecos a los individuos : “simpatía personal”, “sentimientos comunes” y el desempeño de actividades opuestas o la profesión de creencias distintas no es obstáculo para la amistad. A continuación, y reiterando el uso del presente de verdad universal, el autor describe lo que él entiende como la trayectoria habitual que sigue todo vínculo de amistad porteña: el modo de conocerse a través de la presentación hecha por un tercero, los primeros tanteos del diálogo para percibir esas simpatías comunes, la sacralidad que adquiere con el tiempo, la única falla imperdonable (ser “falluto”). Luego de describir esta trayectoria que sigue la amistad porteña, retoma el análisis general de sus características, a través de metáforas (“es una caricia de varones”, “un fortín ante el cual los embates de la vida se mellan”) y de una personificación (“tiene ternuras de madre”), sigue valorizando a la amistad, como unión de cualidades masculinas y femeninas y como refugio frente a las adversidades de la existencia. El cierre del texto es una metáfora que retoma el título: “La amistad porteña es un olvido del egoísmo humano.”
En el texto de Borges detectamos el mismo procedimiento, la comparación antitética, pero ordenado a analizar otro rasgo que compartirían los argentinos: el individualismo. Veamos cómo desarrolla Borges este aspecto.
Importa destacar el contexto histórico en el que escribe el autor: a nivel nacional, es el comienzo del primer gobierno peronista, y a nivel mundial, hace casi treinta años que triunfó la revolución bolchevique rusa; acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial y el comunismo ha salido fortalecido de la contienda. Ambas ideologías tienen un fuerte componente estatista, cuyo conocimiento por el receptor sobreeentiende el emisor.
En cuanto a éste, aparece una primera persona del plural que se identifica con los habitantes del siglo XX (“primer siglo de nuestra era) y con los argentinos (“aquí los nacionalistas pululan”, “diferimos insalvablemente de España”, “un partido que nos prometiera…”); además, en ocasiones, utiliza la primera persona del singular, por ejemplo, cuando refuta las posibles objeciones a su tesis (“me atrevo a sugerir”) y cuando enuncia su deseo sobre el partido ideal (“pienso en…”). Por otra parte, la legitimidad del emisor reside en ser quien es: cualquier lector medianamente informado que se encuentra con Borges, percibe el eco de la autoridad que se le reconoce. El receptor no está invocado explícitamente, a semejanza del receptor del texto de S. Ortiz, pero la utilización de la primera persona del plural lo incluye, aunque sólo sea durante la lectura, en un “nosotros” que son “los argentinos”. Los intereses de un posible receptor del texto pueden también ser semejantes a los del lector de la obra de S. Ortiz.
En cuanto a la estructura del texto, hay un primer párrafo de introducción en el que desde el comienzo, se deja sentada una mirada crítica sobre el patriotismo: sus “ilusiones” no tienen fin; las citas de autoridad a las que se asocia, son irónicas: “…la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto”); así, Borges inscribe su postura dentro de una polémica que viene de siglos.
Luego, hay un par de párrafos dedicados a la oposición entre el modo como un argentino y un europeo o estadounidense viven sus relaciones con el Estado. Detecta un concepto clave que difiere notablemente según estas culturas, y es el de “héroe”: a través de citas de autoridad como la de Hegel, de intertextualidades que aluden al Quijote y al Martín Fierro entre otros, deja en claro cómo el argentino valora la amistad personal por encima de cualquier consideración legal, abstracta o impersonal como las que le requiere el concepto de Estado: la cita del Quijote refiere a la liberación de unos bandidos y al enojo del Quijote por el rol de los encargados de custodiarlos; la alusión al Martín Fierro recuerda que la literatura nacional tiene como héroes a un asesino y a un ex policía –Cruz- que debía detenerlo pero al ver su valor, decidió quedarse con él; por el planteo de Borges se sobreentiende que este tipo de héroes sería impensable en la literatura o en la filmografía europea o estadounidense. Aquí Borges entronca con Scalabrini Ortiz en la coincidencia sobre el valor de la amistad para el argentino/el porteño, sólo que en éste, se trata del tema central de su ensayo, mientras que en Borges es uno más de los factores que explican la relación transgresora que el argentino establece con las instituciones legales. Decimos uno más de los factores porque también detecta Borges causas históricas que la explican (“en este país los gobiernos suelen ser pésimos”).
Luego de dichas alusiones literarias y filosóficas, dedica los últimos párrafos a refutar las posibles objeciones de su tesis, anticipándoseles a través de verbos impersonales (“se dirá”, “se añadirá”) y a expresarla abiertamente: el individualismo argentino, que podría ser un rasgo negativo, en el contexto en que Borges escribe se puede transformar en un rasgo positivo que frene el avance de la intromisión del Estado en la vida del individuo.
Hemos hecho un breve recorrido por las opiniones de estos pensadores acerca de los rasgos que definirían el “ser argentino”; encontramos que, efectivamente, para ambos, hay rasgos que hacen a la esencia de “lo argentino”: para S. Ortiz, el modo casi amoroso y sagrado de vivir la amistad y para Borges, el individualismo. Los dos textos orillan un terreno que puede ser riesgoso, habida cuenta de las experiencias terribles a las que llevó atribuirle a un grupo humano una característica esencial que compartirían todos sus miembros: por ejemplo, el antisemitismo hitleriano, con la demencial exaltación de la “raza aria” y la consecuente denigración de las demás, para no hablar de las matanzas por razones étnicas en extensas zonas de Africa, de las ejecutadas en medio del conflicto serbo croata en los ‘90, etc.. Es verdad que prácticamente todas las naciones buscan distinguirse de las demás (a través de símbolos patrios, de sus manifestaciones culturales, etc.), pero la pregunta es hasta dónde esta búsqueda de distinción es válida y positiva como expresión de las particularidades de cada etnia, y hasta dónde puede ser un factor que genere divisiones, enemistades y odios: si los argentinos se definen por ese modo casi amoroso y sagrado de vivir la amistad, es menester creer que ningún otro pueblo puede tener ese rasgo positivo, lo cual daría pie a un complejo de superioridad; si los argentinos se distinguen por su relación transgresora con el Estado y las leyes, es menester creer que ningún otro pueblo tiene ese defecto, lo cual favorecería un complejo de inferioridad. En cualquier caso, el recurrir a estereotipos (“el argentino es…”, “el europeo es…”) y darlos por válidos como descripción de la realidad, suele ser un recurso que empobrece nuestra mirada, porque ya vamos al encuentro del otro con la imagen que nuestro prejuicio –favorable o no- nos da de él; salir de esa mirada estereotipada y abrirse a que el otro se muestre como es, coincida o no con las imágenes previas de uno, es fuente de mucha riqueza para nuestro crecimiento personal y mayor ayuda para una convivencia civilizada que detectar supuestos rasgos distintivos y hacerlos barreras, muros de división. Mejor detectar puentes.
(otra alternativa para la conclusión puede ser en la línea de “Para terminar, reflexionaremos sobre la validez de las tesis de S. Ortiz sobre la amistad y de Borges sobre el individualismo como rasgo positivos”, y ahí tomar esos dos temas y hacer una reflexión personal argumentada acerca de si ustedes los consideran válidos, actuales, o no. La conclusión que yo puse como ejemplo, en vez de tomar los dos temas por separado, los toma por lo que tienen en común: la búsqueda de un rasgo esencial de los argentinos)


b) “Memorias de la prisión” (J.M.Paz) y “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (R.Walsh, 1927-1977)




José María Paz fue un militar unitario que combatió en las guerras civiles del país en la primera mitad del siglo XIX; Rodolfo Walsh fue un escritor y periodista que además participó de la organización armada Montoneros.
Podemos notar en ambos textos un interés por referirse a la institución militar en relación al gobierno y a la población civil si bien el tono en que lo hacen es claramente distinto, como analizaremos a continuación.
En primer lugar, mencionemos las Memorias de Paz: en ellas, aparece claramente el emisor como una primera persona interesada en determinar el lugar que debe ocupar “la clase militar”; por datos del contexto histórico sabemos que el que escribe es un militar, todo lo cual colabora a presentarlo como un emisor legitimo para ocuparse del tema que aborda. Además menciona que se ha interesado personalmente por este problema, sin recibir respuestas: “jamás encontraron ecos mis solicitudes.” Es interesante notar la valoración que hace de las instituciones liberales y de los países que las encarnan (p.ej., América del Norte e Inglaterra): dicha valoración proviene del hecho de que en ellas es donde la disciplina militar es más rigurosa y donde el ejército es más valorado. Introduce como intertextualidad un consejo cuya fuente no menciona: “La disciplina militar debe ser más exacta en proporción que las instituciones políticas del país son más liberales.” y cuyo olvido ha sido la causa de innumerables males. Para reforzar esta idea, recurre a varias preguntas retóricas”¿Qué cosa más regular y más exacta que la disciplina militar inglesa?”.
A continuación, asume las posibles objeciones que le harían los receptores de su mensaje. Por ejemplo, el temor a una “obediencia enteramente pasiva” que puede convertir al ejército en “instrumento de la tiranía”, o al desborde de sus elementos, que lo puede transformar en una “soldadesca insolente”. Para disipar esos temores, recurre de nuevo a las preguntas retóricas, a través de las cuáles puede verse de quién es la responsabilidad de tales desvíos: “¿Por qué nuestros congresos (…) no se han ocupado de eso?”: la responsabilidad es entonces de los legisladores, de la clase política, que no asumen el rol que les corresponde y se sirven del ejército para sus fines partidarios. Como esto resulta una acusación grave, a continuación, Paz invoca a Dios como testigo de su buena intención: “Presérveme Dios de pensar mal de todos nuestros legisladores…”. De todos modos, insiste en las cualidades de los militares como lo podemos ver según el campo semántico de las virtudes que les adjudica:”buena fe, candor”, que los ha transformado en “víctimas” de políticos inescrupulosos. Hace luego una alusión a dos episodios históricos de sostén del poder en los militares, para reforzar su tesis acerca de que han sido usados como un instrumento descartable por la clase política. Para finalizar, renueva la invocación religiosa (“Quiera el cielo ilustrarnos…”) y la apelación a un valor supremo, “la felicidad de la patria” para que todos los ciudadanos se circunscriban a sus deberes. En definitiva, el texto muestra una voluntad de entendimiento, de acercamiento, de parte del ejército hacia la población civil, para que ambos, cada uno desde su rol, colaboren a la felicidad de la nación.
El texto de Walsh, en cambio, tiene un tono totalmente distinto: este tono ya se percibe desde el primer párrafo, donde el emisor y el receptor se ubican en campos antagónicos; Walsh refiere, a través de una enumeración gradual, los motivos que lo llevan a escribir esta carta abierta, organizada en distintos puntos: dicha enumeración comienza con dos situaciones que lo involucran como intelectual perseguido y sigue con otras en las que se va viendo afectado más directamente, hasta terminar con “la pérdida de una hija que murió combatiéndolos”. Esta enumeración, a su vez, funciona como los motivos que lo legitiman para dirigirle esta carta a la Junta militar en el primer aniversario de su constitución; al terminar su redacción, vuelve sobre su misión de intelectual como la motivación que provocó la carta: después de hacer un paralelismo que describe lo que espera (“sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”), insiste en le compromiso que asumió mucho tiempo atrás de “dar testimonio en momentos difíciles.”
A continuación, el receptor será señalado en todo el texto claramente con el vocativo “ustedes” y el señalamiento de los “errores”, “crímenes” y “calamidades” que han cometido.
Para ejemplificar tales conceptos, el emisor recurre a la enumeración de datos de diverso orden, como informaciones objetivas en las que apoyar su argumentación: en primer lugar, en el punto 2, enumera los desastres en el orden de los derechos humanos, de la vigencia de las instituciones de derecho, etc. Hay una alusión intertextual al dicho maquiavélico “El fin justifica los medios”: el “supuesto de que el fin de exterminar la guerrilla justifica los medios que usan”.
En el punto 3, el recurso elegido para argumentar es la ironía para referirse a las razones invocadas en la explicación de las muertes de algunos ciudadanos: “Extremistas que panfletean el campo, pintan las acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian”: esto es metaforizado como un libreto con estereotipos que se recita de manera nada convincente.
En el punto cinco, aborda la raíz de su tesis: los descalabros que ha mencionado tienen su explicación profunda en el modelo económico que se quiere implantar; modelo que para Walsh es regresivo, indeseable (“formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”, “han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial”): de nuevo recurre a las informaciones estadísticas para sustentar su afirmación (porcentajes de desocupación, de mortalidad infantil, de caídas en el consumo, etc.). Como contraposición a esta pauperización de la sociedad, Walsh denuncia el único crecimiento presupuestario significativo que ha tenido lugar: los presupuestos de las fuerzas de seguridad.
Al finalizar su texto, toma expresiones reiteradas del discurso militar de la dictadura (“apátridas, mercenarios al servicio de intereses foráneos, ideología que amenaza al ser nacional”) e invierte los términos, volviendo esas acusaciones contra la misma junta militar. El texto se cierra con una mirada alarmista sobre “el abismo” al que se está conduciendo al país y, de nuevo, buscando en lo profundo las causas del enfrentamiento actual entre la institución militar y la población civil: son “las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino”, alusión que supone en el receptor cierto conocimiento de la historia argentina: se refiere a la Revolución Libertadora del ’55 que derrocó a Perón: allí comienza la serie de desencuentros entre unos gobernantes que quieren hacer un país sin Perón y/o sin peronismo, y una población civil que no se veía interpretada en tales decisiones.
El final es, como ya se ha dicho, un nuevo intento de legitimarse y una mirada realista sobre el alcance que tendrá la carta. Así, Walsh se inscribe en la tradición del “escritor comprometido”
A modo de conclusión…
(Y esto para que lo piensen ustedes: habiendo visto que el tema de ambos textos es la relación entre la institución militar y el poder civil, se puede hacer alusión a si esta es una discusión cerrada, si sigue siendo tema de debate, qué manifestaciones sociales de estas tensiones podemos registrar actualmente, qué factores históricos explican el paso de los militares vistos como víctimas en el texto de Paz a los militares vistos como victimarios en el texto de Walsh; si hubieran leído obras donde esta problemática aparece pueden hacer referencia a similitudes y diferencias, con los motivos que las expliquen, etc.)


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